Diario de León

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Estoy segura de que la señora Díaz Ayuso no se ha parado a mirar la historia de la villa y corte. Ni tiene idea de cómo se ha levantado la metrópoli que hoy respira (y enferma) con sus muchos humos. Si conociera un poco su pasado no se atrevería a llamar paletas a las personas ni a las tierras cuya identidad fue succionada por los grandes polos industriales y políticos para mayor gloria de la capital  y que ahora revive como el último canto frente al abandono y el olvido.

En el Museo de la Historia de Madrid, de la calle Fuencarral, puede mirarse la presidenta en el espejo de sus antepasados. Y sacar conclusiones. Porque Madrid es la suma de caciques y paletos llegados desde todas las provincias de España. Los unos para lucrarse de los movimientos especulativos de todo pelaje que se generaron a la orilla de la corte y los otros para buscar el garbanzo en medio del asfalto en épocas tristes de posguerra y hambre o alegres tiempos de democracia y ganas de ampliar las miras, de formarse, de divertirse y soñar.

Mire señora Ayuso, si Madrid comió pescado, y del bueno, es gracias a los maragatos que con el declive de la arriería se reinventaron como pescaderos de la villa y corte. Si hubo buenas carnes fue por la cultura ganadera que llevaban en la sangre cabreireses y montañeses. Si en las casas había criadas para los señores —con derecho de pernada cuando violar formaba parte del servicio— fue porque las doncellas llegaban a cientos desde pueblos perdidos de la hoy España Vaciada.

En el Museo de la Historia de Madrid hay un mapa de 1897 ilustrado con los rostros de los caciques de España, provincia por provincia. Madrid tiene como símbolo del caciquismo La bola de Gobernación, por todos los caciques sobada. Sigue ahí. Por encima del reloj de la Puerta del Sol que, por cierto, es obra de un leonés, José Rodríguez, conocido como relojero Losada. ¡Qué sería de Madrid, en fin, sin los paletos que han retratado su esplendor, preñado su literatura y encumbrado la añorada movida!  

Madrid era poco más que una pradera cuando Felipe II asentó sus posaderas sobre una finca requisada a un comunero en la Casa de Campo. Nadie dudó en la Transición que Madrid debía ser una comunidad autónoma uniprovincial. No por identidad, ni por historia, sino por una cuestión de poder.

Y, en fin, señora Díaz Ayuso, si en Madrid y en Valladolid no fueran tan caciques, a lo mejor León hubiera llegado a encajar en el puzle autonómico que se hizo a gusto de los intereses de Madrid y se ha ejecutado a medida de la conveniencia de Valladolid. 

No está a su alcance, señora presidenta, dar identidad a León. De eso andamos ‘sobraos’, en plan chulo se lo digo. Para que me entienda. Que eso es muy de Madrid. Y sucede que, contra todo pronóstico, aquella identidad que intentaron borrarnos con golpes de vara en los dedos ha resucitado en medio de la debacle.

Tenemos lucha leonesa, morcilla leonesa, lentejas de Tierra de Campos, alubias de La Bañeza, chocolates de Astorga, reinetas, conferencias, cerezas y pimientos del Bierzo, pimientos morrones de Fresno, queso de Valdeón, puerros de Sahagún... Por no hablar de la dulzaina o de la gaita, de las jotas y de las joyas. De mastines y merinas o de garañones, piedras y paisajes. Y, sobre todo, de gente con talento que se nos ha ido por el sumidero del centralismo.

León, como la feria de febrero de Valencia de Don Juan, labra el pasado para sembrar el futuro. Ojalá crezca sin caciques como los que nos condenan a ser provincias fantasmas y ciudades menguantes. 

Ah, el cacique de León en el mapa de 1897 era un tal Gullón, de Astorga. Y el de 1979, un tal Martín Villa, al que reclaman en Argentina por crímenes de lesa humanidad durante el franquismo. Aquí hay de todo, ,señora Díaz Ayuso, como en botica.

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