Diario de León

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Mientras la provincia se despuebla, el furor inmobiliario ha vuelto a instalarse en la ciudad. Nunca será como en los viejos tiempos de la burbuja, pero las plumas de las grúas se elevan sobre el suelo de la capital con gran entusiasmo. En términos macroeconómicos supongo que este repunte de la construcción es una buena noticia. Hay empleo y expectativas de vender viviendas y ¡a qué precios!

Sin ir más lejos, en la calle que se abre paso como Ronda Interior después de años de espera entre La Palomera y la plaza del Espolón se anuncia una nueva promoción con vistas a los coches por la friolera de 400.000 euros el pisito. Alrededor de los nuevos centros comerciales de La Granja crece un nuevo barrio y en la zona de la Universidad también andan sembrados.

Este paisaje parece una señal de que la prosperidad quiere tocar a la ciudad, aunque el polígono de La Lastra sigue a medio hacer y muchas viviendas se mantienen desocupadas o a sin terminar en este sector. Me pregunto de dónde salen los nuevos compradores en una ciudad que, como la provincia, va a menos en habitantes. León, como capital, tiene la ventaja de recoger el capital de la provincia. Es una de las explicaciones que encuentro a tanta nueva vivienda en un contexto de depresión económica y demográfica. La otra es sabida. La vivienda es un valor seguro para invertir y más en tiempos de incertidumbre.

La ciudad crece en los últimos trozos de terreno que quedan por devorar al cemento. En cambio, en los pueblos, uno de los problemas que encuentran las personas que buscan una alternativa a la ciudad es encontrar viviendas de alquiler o para comprar a precios razonables. Eso sin contar con alcaldes recelosos, y más en este año electoral, de que su censo crezca por donde no les interesa. No se entiende que un ciudadano tenga que litigar en los tribunales para que le dejen empadronarse en un pueblo abandonado como Los Montes de la Ermita, en Igüeña. Que el pueblo esté despoblado no parece un argumento si de lo que se trata es de repoblar. Tampoco que el Ayuntamiento tenga que prestar los servicios a que le obligará la ley. O estamos o no estamos con la lucha contra la despoblación.

Un vecino no soluciona la papeleta que tenemos, pero pensamos, quizá ingenuamente, que se trata de poner facilidades y no de colocar palos en las ruedas. Los recelos que alcaldes y también vecinos tienen a la llegada de nuevos pobladores a los pueblos son otra de las trabas difíciles de sortear para quienes intentan buscar lugares más apacibles para vivir. No son tan recelosos algunos ediles con la llegada de las grandes empresas a instalar molinos de viento, paneles solares o presas. Urgen políticas públicas serias que aúnen recursos y necesidades. Y que no todo quede al albur del mercado. Los pueblos son el capital de la provincia y nos los van arrebatar, despoblados.

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