Diario de León

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Mi primer año de estudiante en Madrid fue peculiar. Vivía en un quinto sin ascensor, en plena calle Preciados. Una pensión de mujeres que apenas nos veíamos por aquel pasillo oscuro. De distinta procedencia y ocupación. De edades dispares y diferentes nacionalidades. Pilar era de Palencia y trabajaba cuidando las criaturas de una familia en la Castellana. Tenía una colección de cintas de cassette que yo disfrutaba los fines de semana. Era la mejor habitación para estudiar. Pilar usaba gafas. No veía nada sin sus lentes. Cuando empezábamos una conversación que parecía interesante siempre decía: «Esperad que me pongo las gafas, que si no, no oigo».

Ayer en el Ribera, mítico bar de cortos, vinos y patatas picantes en el corazón del León romántico, una mujer mayor nos dijo algo parecido al tropezarse con una bolsa: «Es que con el bozal no veo». Y es verdad que andamos como a ciegas por la nueva normalidad. No nos reconocemos y hemos perdido una parte de nuestros sentidos. El bozal que nos protege nos hace esclavos del miedo. ¿Aprenderemos a ver con el bozal? ¿Superaremos el miedo? ¿Qué clase de mundo veremos a través del bozal?

La gente está dividida entre quienes piensan que nada cambiarán, que seguiremos en un mundo distópico, y quienes queremos creer que algo está cambiando. Y no es que nos guste que el Covid-19 haya llegado a nuestras vidas aunque, teóricamente, no nos haya contagiado. A este grupo lo llaman el de la utopía o, con más condescendencia, del ‘buenismo’. Lo llamen como lo llamen yo veo, palpo y disfruto cambios a mí alrededor. A pesar de los malos vientos de la pandemia y de la economía, en medio del duelo por los muertos y de la desolación de los locales cerrados quien sabe si para siempre. Las transformaciones no suceden de la noche a la mañana. Un buen día vemos que la pradera que por la noche era pasto del botellón se convierte en sala de cine, sentimos la alegría de pedalear por Ordoño desafiando a Guzmán, degustamos un sábado más el placer de comprar en el ecológico... Sentimos que otro mundo es posible a pesar de que los países ‘frugales’, hipócritas paraísos fiscales, tengan secuestrada a Europa en su corralito capitalista con la idea de que sus privilegios son solo fruto de sus virtudes mientras las desigualdades del sur lo son de ‘nuestra’ pereza. ¡Qué pereza dan los mercaderes!

El bozal nos hará mirarnos más a los ojos para intentar ver más allá de la mascarilla. O por el contrario nos convertirá en seres extraños que tienen una excusa más para no reconocerse. Es nuestra elección. Ahora veo claro que las chicas de aquella pensión, a pesar de la oscuridad del pasillo, formamos un círculo de sororidad que nos empoderó.

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