Diario de León

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La Navidad, como la patria, es la infancia. Los pasos marcados por la humedad o la nieve para arrancar el musgo entre los cuetos de las bodegas; el brillo del espumillón en el árbol y los ríos de papel de plata en el Nacimiento; las doce campanadas y las uvas que se atragantan; los villancicos y el sabor del turrón; las tardes de cine, viendo Mujercitas sentadas sobre un cojín en el suelo la lenta espera a la ansiada Noche de Reyes.

La Navidad coincide con el solsticio de invierno, los días del sol quieto, con la naturaleza dormida bajo el manto del invierno en el hemisferio norte y los destellos del verano en el sur. Esta segunda Navidad pandémica me ha hecho recordar de nuevo aquellas navidades de la infancia, seguramente edulcoradas por una memoria siempre caprichosa. Es mi cuento de Navidad.

Mil veces mejor que los cuentos de los que nos dejan ser dueños de nuestras vidas y que hagamos de nuestra capa un sayo ante la que se avecina con una sexta ola empinada en competencia con la cuesta de enero. De pequeña nos peleábamos por poner la herradura, las campanillas o las bolas del árbol de Navidad. Este año, como el anterior, los políticos han preferido no poner el cascabel a la Navidad. Compiten en hacer menos y dejan el virus en manos de los sanitarios y de la población, salvo excepciones periféricas (Cataluña y Murcia).

En Castilla y León se han quedado quietos, como el sol, brindando por un triunfo electoral casi asegurado cuando vuelvan las cigüeñas después de las candelas. Triste cuento de Navidad trufado de mentiras y de intereses espurios.

Ojalá fuéramos capaces de hacer de nuestra capa un sayo y deshacernos de este relato de las palabras huecas para cuidarnos en serio y transformar realmente nuestras vidas, no sólo a nivel individual, sino colectivamente. Para eso solo hay un camino. Recuperar el sentido de lo comunitario, con más capacidad para influir en la política que las urnas cocinadas en sondeos y aliñadas con marketing del malo.

Volver los ojos hacia lo común, como hacían en tiempo en los concejos o en las juntas de la calle para atender las necesidades, es una utopía navideña frente a la amarga realidad de quienes nos venden libertad para hacernos esclavos de sus maniobras en tiempo electoral. Víctimas de mentiras que ahogan el planeta y no dejan respirar a las personas más vulnerables. O de políticas que, en nombre del interés general, benefician la estrategia del centralismo, modelo por antonomasia de la Junta de Castilla y León.

Me siento afortunada de tener mi propio cuento de Navidad. Y de poder compartirlo con quienes me acompañáis a lo largo de todo el año con alegrías y penas, con vuestros proyecto de vida y lucha que son alimento y aliento. Feliz Navidad,

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