Diario de León

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La idea delirante de derribar el mercado del Conde para levantar una barra (al aire) libre es equivalente a la dialéctica mingitoria con la que ciertas señorías quieren impedir la reconstrucción.

El cambio de fase en el tránsito del confinamiento por el Covid-19 al mundanal ruido se ha convertido en una especie de parchís en el que las comunidades autónomas quieren avanzar a toda prisa por la flecha de color asignada en el tablero. El objetivo es llegar a la normalidad, una especie de casa-refugio en la que imaginamos, o queremos imaginar, que todo volverá a ser como antes. Un mal sueño lo tiene cualquiera.

Nada más lejos de nuestro nuevo deambular por la vida con un ‘bozal’ sanitario, un bote de gel hidroalcohólico en el bolso y guardando distancias de seguridad allá donde vayamos a comprar, sentarnos o caminar. La mascarilla es un engorro y se está demostrando como otro potente residuo incontrolado en nuestras calles.

De la pandemia saldremos si reforzamos la sanidad y la educación y devolvemos la dignidad a los mayores

Entre las ventajas de la nueva realidad valoro el desahogo obligado en las terrazas y que se ponga un poco de orden en su expansión colonizadora por todas las calles peatonales y aceras. El vecindario del casco antiguo, los pocos habitantes que resisten a la gentrificación, estaban hasta el gorro del asedio hostelero. Han clamado en el desierto por el bienestar de sus barrios y, finalmente, muchos se han ido marchando.

La idea de que la economía se salvará con bares, hoteles y apartamentos turísticos ha calado de tal manera que ya es difícil predicar otras recetas. Es como la información luchando contra los bulos. Una batalla perdida.

En León tenemos un caso delirante. No han acabado de extender las mesas y levantar la trapa de bares, tabernas y restaurantes que cerraron por la pandemia y el lobby hostelero lanza un globo sonda para presionar en la ampliación de metros cuadrados de barra (al aire) libre. El grotesco plan de derribar la plaza del Conde es toda una metáfora del desfase en el que vive una parte, y parece que influyente, de la sociedad.

Es el típico ejemplo de economía lineal depredadora, en una era que pide a gritos una economía circular basada en reutilizar y reciclar al máximo todos los recursos para reducir la huella de carbono.

La idea de tirar el mercado del Conde es tan brillante como entretener a la Guardia Civil en buscar un virus en una manifestación por los derechos de las mujeres mientras el mundo trata de encontrar una vacuna para el Covid-19. Y tal esperpéntica como dedicar dos semanas del debate parlamentario a un tricornio con galones bajo cuyo mando se falseó y manipuló un informe judicial para culpar a las feministas de la pandemia sufrida en España.

Es el debate que interesa a políticos sacan las garras al Gobierno de la nación y miran para otro lado cuando les ponen delante las tropelías con las personas mayores en las comunidades donde gobiernan.

Lo preocupante de este desfase es que la ultraderecha impone la agenda diaria y en lugar de hablar de la reconstrucción nos hunden en el discurso de la destrucción. Del cuanto peor mejor y del carroñismo como estrategia política.

Y mientras la desescalada avanza en el tablero de colores, la escalada de la dialéctica mingitoria de ciertas señorías desalienta a la ciudadanía .y allana el camino a la escalada al poder de los que persiguen el virus entre las mujeres como Vallejo Nájera quería extirpar el gen rojo.

Desescalar es una urgencia. Lo importante el plan de reconstrucción. Hay que amplificar las voces de quienes piden y trabajan por una reconstrucción justa, con conciencia de que somos una motita en el universo pero nuestras acciones cotidianas repercuten en el planeta.

De la pandemia saldremos si reforzamos la sanidad pública, una escuela de calidad, con menos ratio y más enfocada al bienestar humano, animal y ambiental. Si devolvemos la dignidad a nuestros mayores y asumimos la enorme cicatriz que nos deja. Decencia, señorías.

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