Diario de León

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Hace diez años se llenaron las calles de personas indignadas con la corrupción política y la estafa que llamaron crisis. El 15-M fue una primavera en la que florecieron movimientos sociales y una generación de jóvenes mostró su rebeldía ante la falta de futuro. Se tomaron las plazas para hacer visibles utopías en marcha: participación ciudadana en la política, formas de vida acordes con la crisis ambiental planetaria, cultura popular y los cuidados de la tribu...

Hace diez años la gente se movilizó con imaginación y pacíficamente contra el rescate de la banca mientras las personas eran abandonadas, desahuciadas de sus casas y condenadas a mendigar caridad en bancos de alimentos. El 15-M, que tuvo en España un escenario excepcional, se replicó en otros países europeos. Muchos jóvenes españoles, exiliados económicos, fueron la punta de lanza de movimientos por la dignidad en la Europa adocenada que señalaba a los ‘pigs’ del sur como culpables de sus miserias.

Diez años después, los movimientos sociales en España han quedado silenciados, con excepción de la ola feminista, que, por cierto, ya venía de muy atrás y tuvo que recordar en aquellas plazas que «la revolución será feminista o no será». Dice Íñigo Errejón, diez años después, que el 15-M ha muerto. Y puede que sea verdad puesto que él mismo es uno de sus enterradores. Quienes cambiaron las sentadas en los adoquines por los sillones de cuero y los círculos de las asambleas por los púlpitos del Congreso se han olvidado de dónde vienen. Sin movimientos sociales combativos la nueva política envejeció prematuramente. Diez años después, lo esencial, el poder del dinero, sigue igual. Las cajas de ahorro fueron rescatadas con dinero público y vendidas a precio de saldo a la banca privada, que como agradecimiento, se deshace de sus empleados y sube el sueldo a los directivos. A cambio ofrecen trabajar gratis a la clientela con maravillosas aplicaciones que se comen nuestro tiempo y los datos del móvil para beneficio de la compañía telefónica. Un ciclo perfecto de economía circular a costa de las masas.

Diez años después agonizan los pueblos y las eléctricas se reparten el pastel de la despoblación. Y diez años después apenas nos dejan ver cómo el ejército, grupos paramilitares y civiles con armamento más sofisticado que la policía masacran de forma particular a jóvenes activistas y líderes indígenas y de movimientos sociales en Colombia. No se sienten voces en España contra esta violencia. Colombia no es Venezuela. Ni Iván Duque es Nicolás Maduro.

Hace diez años la gente luchaba por eso que en Colombia llaman la dignidad de rebaño. El 15-M fue la primera dosis de una vacuna contra la indignidad, pero faltaron las dosis de recuerdo. Y hay que volver a inventar la fórmula.

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