Diario de León

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En una provincia con la edad media de León serán muchas las personas que recordarán las banderillas. Quedarse en cama con anginas y ver entrar por la puerta al temido practicante —o practicanta, que así se llamaba a las mujeres que ejercían la profesión— eran todo uno. Peor era para quienes, como una de mis hermanas, sufrían de anginas reumáticas y tenían que pasar, sí o sí, por un tratamiento de varios días de inyecciones de penicilina. Más que banderillas aquellas eran rejones.

La última vacuna que me pusieron en mi pueblo natal fue una banderilla memorable. Hacíamos cola a la puerta del ayuntamiento una ristra de chicas y chicos temiendo tanto a la punzada como al fuego, pues nos tocaba la de la cicatriz en el hombro, contra la meningitis tuberculosa. Las banderillas —rehiletes, garapullos o avivados en el coso—, siguen siendo el terror de niños y niñas... no sé si les embroman con la banderilla como en mi infancia.

Ahora, en medio de la pandemia más grave después de la gripe española de 1919-21 —que vino de Estados Unidos— una parte de la población, avivada como los toros por los populismos de derechas, pretende curar el virus con banderas. Los muy mucho españoles han conseguido inyectar la idea de que llevar una rojigualda en la boca y tomar la calle con banderas compradas en el chino de la esquina es el  summum  del patriotismo.

«Tengo un dolor aquí, del lado de la patria», comienza un poema de Cristina Peri Rossi, sobre el exilio. Así nos pasa a muchas personas. Nos duele que se apropien de la patria con un trapo, convirtiendo a quien no lo lleva en una suerte de exiliados apátridas. Y no te digo nada si somos mujeres y feministas. Entonces, ya ni el exilio nos queda. Y menos si tu idea de la patria es que haya servicios públicos de calidad para todo el mundo, igualdad de oportunidades y pensiones dignas.

Nos duele esta patria en la que la política de ruedo y ruido se ocupa más de hacer caja electoral que de hacer piña para parar la pandemia y poner remedio social y económico a sus efectos colaterales mientras llega la vacuna. Duele ver que en un país democrático se haya retirado a martillazos la figura de un presidente del Consejo de Ministros de un Gobierno democrático, el de la II República, por los patriotas que nunca han condenado el golpe militar de 1936. Y duele más que el trágico esperpento se produzca en medio del ruido mediático y el silencio social. Sin que el Estado ofrezca recursos para evitarlo. Eso también es exilio. Duelen las banderillas porque hay quienes creen siguen expulsando de la patria a los ciudadanos y ciudadanas que visten la patria con otros valores y colores.

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