Diario de León

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La pérdida del olfato, incluso el gusto, y graves secuelas como la falta de fuerza y capacidad para respirar son algunos de los efectos del covid sobre la salud física. A nivel colectivo la pandemia ha trastocado el ritmo de nuestras vidas, las costumbres sociales; no tanto las prioridades políticas de algunos que buscan la rentabilidad electoral antes que el bien común. Personalmente siento, y creo que es un sentimiento compartido, una especie de desorientación en el tiempo. Todo lo anterior a la pandemia me parece que ocurrió hace un siglo. A veces incluso dudo que sucediera. La pandemia es culpable de muchas cosas, aunque la atrofia de los sentidos en algunas personas viene de muy atrás. Hay gente, y frecuentemente muchas familias, que no ven la violencia de género. No ven al elefante en la habitación. Se niegan a ver una realidad que, a pesar de su miopía (¿o será presbicia?) es imposible ignorar. Entonces viene la negación. El elefante, piensan, no está ahí. Es un fantasma. Pero llega un día en que el fantasma arroja a la mujer por la ventana y, no satisfecho con los daños, la arrastra y apalea en casa. El (presunto) agresor intenta hacerlo pasar por un fatal accidente. Un maltratador de libro. De esos que dan tan buena cara de puertas afuera como palos de puertas adentro. En el libro Mi marido me pega lo normal, Miguel Lorente desgrana todos los perfiles de maltratador y explica por qué muchas mujeres aguantan años y años. A veces, trágicamente, la eternidad. Nos hemos dado de bruces con un elefante mastodóntico en El Bierzo. El (ex)político Pedro Muñoz está acusado de intento de homicidio y malos tratos continuados por el Juzgado de Violencia de Género de Ponferrada. La víctima es Raquel Díaz, abogada y esposa del susodicho. Su detención, en pleno confinamiento, no trasciende hasta que el alcalde de Ponferrada le destituye de todos los cargos. Nadie quería que le salpicara el escándalo. Que la familia intentara desacreditar la concentración convocada en Ponferrada en apoyo a Raquel Díaz es otro síntoma de la ceguera social ante la violencia de género. El elefante estaba en la habitación, pero nadie lo vio. Hay que recordar que la lucha contra las violencias machistas no es un asunto privado, está en el corazón de la larga marcha de las mujeres hacia la igualdad que aún tiene muchas cimas y sustratos sociales que conquistar. Es el ‘elefante violeta’, que mucha gente no quiere ver. Llevamos décadas con la cantinela de que el futuro es de las mujeres. Pero tratamos los problemas de las mujeres como en tiempos pasados. Me interesa el presente. Y lo cierto es que, frecuentemente, miramos la violencia de género como sucesos aislados, la atribuimos a actos de locura y todavía hay quien esgrime el crimen pasional. Esta ceguera ‘golpea’ y ‘mata’ las víctimas doblemente. Es hora de enfocar con la mirada violeta, sin equidistancia ante el atropello de los derechos humanos.

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