Diario de León

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Cuando hicieron la carretera a la gente le entró la enfermedad de marchar». Graciano, un vecino de Saceda, pueblo de Cabrera Baja, me espetó esta poética y descriptiva frase de lo que había sucedido en el siglo XX cuando echaba a andar el XXI. Se me grabó más allá del negro sobre blanco de la obra colectiva Todos los pueblos y sus gentes. Ayer me volvió a la cabeza escuchando a Noemí Sabugal en una entrevista sobre su libro Hijos del carbón, que estoy deseando leer. Justamente, quería yo hablar hoy de una carretera que empuja un grupo de gente utópica y lúcida.

Se trata de la vía rápida entre Braganza y León que reclaman desde hace más de dos décadas en la parte lusa y casi otro tanto en la leonesa, en torno al colectivo cívico-político Asociación Autovía León-Braganza. La segunda vez que visité Braganza fue a causa de este sueño que hoy está más cerca que ayer de ser realidad, con matices. Superado el susto de la carretera del antiguo puesto fronterizo de Calabor, nos metimos en una ciudad pequeña pero dinámica que lucía mucha inversión pública. El teatro municipal combinaba espectáculos de renombre con la actividad local cuando, aquí, en León, el Auditorio era una reserva para las élites culturales; y el Museo Ibérico de la Máscara —esperamos con ansia el de Velilla de la Reina— desprendía un amor a la tradición y a la cultura poco corriente entonces en León.

Volvimos por la otra ruta. Por un pueblo con doble nacionalidad —Rio Onor en Portugal y Rihonor de Castilla en Zamora— entre cuyas casas de corredor voladizo de madera, como las de Cabrera, el coche casi tiene que ir de canto para cruzar. Ni autobuses ni camiones pueden traspasar la angosta muga del camino más corto entre León y Braganza. El Gobierno portugués, al que miramos con envidia en esta pandemia sin fin, igual que a su leal oposición, ha incluido el tramo de 15 kilómetros de Braganza a la frontera en su Plan de Reconstrucción y Resiliencia. El consejero de Fomento de Castilla y León reaccionó licitando la «mejora» del corredor de Puebla de Sanabria a Portugal. No parece que sea una vía rápida igual como la portuguesa, señor Quiñones. Y es imprescindible puente internacional.

Contra la enfermedad de marchar sólo cabe abrir caminos de vuelta y crear espacios de intercambio como el que se propone con la ligazón Braganza-León, en terrenos del viejo reino de León que ha devenido noroeste ibérico vaciado. Ha tocado fondo el tiempo de las grandes urbes cuyo secreto era reunir en poco espacio un gran mercado de mano de obra y consumo. Las nuevas tecnologías son una oportunidad para descongestionar megaciudades y ofrecer futuro al mundo rural. Pero no sin sanidad, sin internet, sin servicios propios de un estado de bienestar... El Covid-19 pide a gritos (de contagio) remedio. Caminos para volver de Madrid al cielo. Y no al infierno.

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