Diario de León

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Antes de que nos confinaran otra vez, tuve la suerte de estar en Babia. Vi el cielo en el espejo de la Laguna Grande, sentí el movimiento fosilizado del río del Sil en los pliegues del valle de la Cueta, descifré el lenguaje de las piedras y pasé con cuidado al lado de las alzameriendas mientras las merinas bajaban de los puertos. La antigua vida y los perpetuos paisajes de la hoy Reserva de la Biosfera me hablaron desde las fachadas de Lago de Babia con la brocha de Sierra y la memoria del pueblo. En esta casa la matanza, en aquella las grichándanas; el pico y el martillo picador en las escenas mineras encendidas, perenne recuerdo, en el transformador de la luz. En Riolago, grabé en el alma la música de los chopos agitados por el aire de septiembre en la subida al Lago Chao —bella redundancia: chao es lago en pachuezu— y acaricié la yegua plateada en Mena, al oscurecer.

En Cabrillanes hojeé El Habla de Babia y Laciana, de Guzmán Álvarez, desde el corredor de la casa familiar cuyas vistas cegó la soberbia municipal. Visitamos a Pepe, en el Moriscal de Huergas, y Alfonso nos atendió en el Brumas con su discreto buen hacer detrás de la barra y selecta música. Celebrábamos la vida y la amistad. Y hasta Sosas de Laciana llegamos a yantar en El Campillo y asomarnos a la lechería que surtió a las doradas y añoradas Mantequerías Leonesas.

No cuento más porque algún secreto hay que guardar. Pero ahora, confinada en León, quisiera estar en Babia, distraida y ajena a la realidad dolorosa del covid y a la insultante realidad de su gestión. No puedo estar en Babia después de 23 días de guerritas por encima de los muertos y de las personas que huelen la muerte en la cama de un hospital o se hunden en la soledad, el aislamiento absoluto, en una residencia de mayores. Madrid no tiene la culpa, pero sí quien la (des)gobierna. No puedo estar en Babia porque la clase política, ayudada por leguleyos y falsa justicia, juega al truco del almendruco con los derechos fundamentales que vocean con cartas marcadas. Mientras en CyL apoyan las restricciones en la ley orgánica de Sanidad de 1986, en Madrid se la pasan por el forro. Patético. Y, con todo el respeto que le tengo, señor Illa, no entiendo que el Gobierno no previera la farsa.

No puedo estar en Babia porque me inquieta el ritmo de ingresos en el Hospital de León y en la UCI, que se extiende por donde puede, porque una cosa es la realidad de las camas (que no se han creado) y otra los datos que se mudan a golpe de tecla del flamante Portal de Transparencia. Yo quiero estar en la Babia real. Donde cantan pájaros republicanos y añoran una visita del rey. Pero no puedo estar Babia y me aferro a los versos de Gioconda Belli: «Testiga de este mundo soez / me arrastro con mis alas pesadas, como Ícaro, una y otra vez/ porque quizás/ porque tal vez/ porque no me resigno».

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