Diario de León

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Se van a cumplir dos años desde que la pandemia cambió nuestras vidas. El estado de alarma que nos recluyó en casa es el punto de inflexión, aunque el covid ya estaba en España desde enero. En lo peor del confinamiento los leves ruidos de los teclados y de las máquinas de coser eran como oraciones antes del estruendo diario de los aplausos. La gente, con excepción de servicios esenciales, sostenía sus rutinas y el país como podía desde casa.

No había mascarillas ni siquiera para proteger al personal sanitario y mientras los hermanos y hermanas de gobernantes como Isabel Díaz Ayuso y el nuevo salvador del PP, Alberto Núñez Feijoo, hacían el covid con turbios negocios, una legión de mujeres buscaban retales en los baúles o salían clandestinamente en busca de unos metros de tela al almacén de alguna medida para confeccionar mascarillas de tela.

Las repartieron en centros sanitarios, entre sus familiares, en las residencias de mayores, albergues, tiendas de la esquina... Su buen hacer y solidaridad fue una de esas cosas que nos hicieron pensar que de aquel confinamiento saldríamos mejores personas y mejor sociedad.

Nos hemos demostrado sobradamente que ni lo uno, ni lo otro. Mientras mi hermana Luciana, Maite, Marisa... y tantas mujeres convertían su fuerza en una solución para el personal sanitario desesperado, el ‘business as usual’, lema de Boris Jonhson en el lockdown británico, se materializó en España con lo de siempre y los de siempre sacando tajada de la desgracia. No es baladí que el hermano de la presidenta de la Comunidad de Madrid se haya lucrado con un contrato que se dio a dedo por la emergencia. Es un asunto ético y político que no debería morir en pantomimas judiciales a las que ya estamos demasiado acostumbrados en este país. Isabel Ayuso invoca a la sagrada familia para reclamar compasión y luego dice que ella no sabía nada y se supone que su hermano tampoco. Tan buenos hermanos y unidos que dice que están y resulta que no se comunican asuntos tan delicados. Más bien parece que hablaron demasiado y apuntaron bien el tiro. Casado, que lo sabía, lo usó como chantaje. Quería lavar los trapos sucios en casa cobrando un precio y ahora ha tenido que implorar a la ‘familia’ del PP que le dejen salir dignamente del barco que las ratas abandonaron a toda prisa para tomar posiciones en el próximo embarque.

No salimos mejores personas ni mejor sociedad. Salimos cómo éramos. Y al cabo de dos años, cuando la pandemia parece tocar fin en este invierno seco y soleado, las potencias —Rusia y Estados Unidos— miden sus fuerzas y su negocio en el macabro juego de la guerra. En el tablero que han elegido esta vez, Ucrania y el pueblo ucraniano son las víctimas. Aún así, seguiré creyendo en personas como mi hermana y toda esa legión de mujeres que dan puntadas por el bien común y la paz.

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