Diario de León

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María llegó a Villaseca de Laciana como maestra de primeras letras. Nacida en Las Hurdes extremeñas, viuda y madre de 16 hijos, pronto se hizo cargo de la de Caboalles de Abajo. Corrían los últimos años del siglo XIX, España estaba a punto de perder sus penúltimas colonias —a la última, la que fue provincia del Sáhara, la dejó abandonada en el desierto a la muerte de Franco, hace 45 años— y vacas del país y ovejas trashumantes pastaban las ricas hierbas de las brañas.

Aquel paisaje y aquella vida que giraba en torno a la ganadería cambiaron en pocos años. La fiebre del carbón prendió en Laciana y propios y extraños empezaron a abrir agujeros negros en la montaña.

Uno de los hijos más pequeños de doña María Sevilla Martín, Gorgonio Torre, se hizo ingeniero de Minas en Francia, se casó con una rica viuda de Villafranca del Bierzo y en las excursiones que hacía a Laciana a visitar a su madre descubrió una veta en los terrenos de Caboalles. En 1910 denunció la concesión minera, que bautizó con el nombre de su madre.

Qué destino le espera al castillete del pozo Ibarra, el único Bien de Interés Cultural, que sigue abandonado a suerte en Ciñera?

En ‘La María’, como lo llaman en la cuenca, empezó la explotación del carbón en Laciana. Y en ‘La María’ terminó todo, aunque la última mina en cerrar, en 2018, fue La Escondida, también en Caboalles. Cuando los mineros de la MSP se levantaron contra su cierre en 1991 y luego iniciaron la primera marcha negra en 1992, mientras los dirigentes sindicales estaban encerrados en el pozo Calderón, fue el principio del fin. Lo demás fue agonía tras agonía. En ‘La María’ murieron el 17 de octubre de 1979 diez hombres en el segundo accidente con más víctimas de la minería leonesa, después de los 14 de Casetas (La Ercina, 1954). Conocí a Dina, una de las viudas, cuando el accidente del pozo Emilio, en 2013. «Pobre gente, pobres mujeres, no les queda nada que bregar», decía. Recordaba el olor a quemado de los ataúdes, aunque nunca les aclararon si fue una explosión o un derrumbe. No hubo juicio. El del pozo Emilio se celebrará entre abril y mayo. Ya era hora.

El Ayuntamiento de Villablino pidió a la empresa —a Victorino Alonso— la cesión del emblemático castillete de los años 30 para museo. No cabía esperar tal gesto de quien lo tuvo todo gracias a la Minero y no dejó más herencia que el saqueo y el desprecio. Que la Junta haya arrancado la dádiva a los liquidadores es de justicia. Tiene el poder y el dinero para reparar una deuda pendiente con el Valle.

Si se hacen bien las cosas ‘La María’ será un faro que alumbre la nueva Laciana, más verde que negra. Porque castillos y castilletes en el aire ya tenemos bastantes. El del pozo Ibarra espera, casi destartalado, a que lo traten como al Bien de Interés Cultural que es. La foto bien lo vale.

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