Diario de León

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La escalera de la vida’, obra de arte urbano hecha por niños y niñas bajo la mirada de su profesor Carlos Cuenllas, da color y mucho que pensar a ese paso estrecho y empinado que comunica Álvaro López Núñez con el barrio de San Esteban. Esta escalera es la imagen de lo que hemos vivido en la pandemia. En la subida hemos puesto buenos deseos y sabios comportamientos para llegar a la cima. Con ilusión y sin renunciar a la felicidad pese al encierro, hemos digerido el inmenso dolor de las pérdidas con lazos más fuertes. Si se mira desde arriba, los mensajes desaparecen y quedan unos círculos de color. En el descenso es fácil olvidarse de todo.

El coronavirus ha venido cargado de estertores y cambios radicales en nuestras vidas. El lenguaje no podía ser ajeno. Con la nueva realidad ha brotado un diccionario pandémico para tratar de explicarla o confundirnos más aún si cabe. En el tiempo de los abrazos prohibidos abrazamos neologismos y trasposiciones literales sin mucho sentido.

Desde Covid, la enfermedad provocada por el Sars-CoV-2, que vimos propagarse desde Wuhan (China) sin prestar mucha atención, hasta la tan traída y llevada ‘desescalada’, una traslación forzada del inglés ‘to escalate’, que nos llevará, supuestamente, a la ‘nueva normalidad’. Todo por no usar nuestros propios verbos: descender, mermar, disminuir...

Bjando la escalera informativa me topé con una noticia de nuestro corresponsal en la Montaña Oriental, José María Campos: «El municipio sufre cortes de comunicación móvil e internet». Bienvenidos a la nueva normalidad, queridos habitantes del mundo rural... Hablaba de Boca de Huérgano, pero podría ser otro cualquiera.

La vieja normalidad quiere imponerse a toda costa. Con malos modos y muy poco respeto a este tiempo de retiro y reflexión, a costa de las arcas del Estado, y menos aún hacia las casi 28.000 víctimas mortales de la pandemia. El miércoles se iniciaban diez días de luto en el país con una sesión de navajeo verbal en el Congreso. Lo había pedido el PP hasta la saciedad. Me sorprendió que Pablo Casado no les dedicara ni una sílaba. Ni un ay.

Esa es la nueva normalidad del PP. Montaría un escándalo internacional, si pudiera, por la destitución de un mando de la Guardia Civil pero no ha movido una pestaña con la dimisión del consejero de Empleo en Castilla y León. Ah! Que era de Ciudadanos... y a rey muerto, reina puesta. La leonesa Ana Carlota Amigo es la nueva consejera pero aún no sabemos qué pasó para que Germán Barrios diera el portazo a la Junta. Esto también es nueva normalidad y transparencia absoluta, señor Igea.

La nueva normalidad va a resultar ser dos palabras adosadas sin sentido. ¿Sabemos si quiera que es lo normal? Mi marido me pega lo normal es el título del libro que Miguel Lorente publicó mucho antes de ser delegado del Gobierno contra la Violencia de Género. Y de esto ya llovió.

Porque lo ‘normal’ era para algunas mujeres y, lo que es peor, para buena parte de la sociedad, tolerar la violencia dentro de la pareja. Ojo a la nueva normalidad que quieren sembrar de anormalidad con pistas falsas como los famosos guantes morados de las ministras en las manifestaciones del 8M. Los vendían en los chinos desde mucho antes del Covid y las feministas los usaron de forma práctica y simbólica en actos reivindicativos. Nada tienen que ver con la pandemia ni con la absurda idea de que las ministras querían protegerse así de contagios.

La nueva normalidad, ojo, no puede renunciar a las conquistas de años de luchas y avances legislativos. No puede quedar atrás todo lo que esconden las peleas de gallos (y gallinas) tan improductivas como fuera de tiempo y de lugar. La sociedad se merece un respeto. Y las víctimas del Covid tanto o más. Déjennos bajar la escalera de la vida sin zancadillas.

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