Diario de León

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Me ha enternecido la propuesta de Vox en San Andrés del Rabanedo para que se autorice el cuidado de los gatos callejeros y las colonias felinas, mientras sus colegas de Madrid abrían la campaña del 4-M culpando a los menores inmigrantes no acompañados de la criminalidad de la urbe y la ruina de las arcas autonómicas. En el antiguo Egipto, por alejarnos un poco del barro del presente, la diosa Bastet era venerada con la forma de un gato divino como protectora y bienhechora del hombre.

Es ilusorio esperar que la propuesta de San Andrés de proteger a las personas que cuidan a los gatos —personas bienhechoras y buenas ciudadanas, sin duda— cambie un ápice las mentes de los que desde Madrid (y todos los que les hacen eco en provincias) jalean el odio al extranjero pobre —los ricos son otra cosa— con la misma devoción que practican la misoginia y niegan la violencia machista sobre las tumbas de las 1.187 mujeres asesinadas desde el año 2003.

Ni con gatos de por medio espero que cambien su discurso los líderes de Vox que, con una sonrisa de hielo y una soberbia de hierro, se mofan de la democracia pidiendo que se marchen de España quienes piensan de otra manera.

Tengo esperanza en que la gente tome partido, en que no nos desentendamos del momento que vivimos ni de la política. Como dijo Hannah Arendt, hay que construir mundos comunes y hacer los cambios necesarios para que algún día,  al levantar la vista , veamos la verdadera tierra de la libertad (recordando a Labordeta) que son los derechos humanos.

Si esperamos impasibles catástrofe tras catástrofe, corremos el peligro de que se apropien de ese espacio los que agitan banderas de odio mientras se llenan los bolsillos las grandes empresas que tributan en ninguna parte y precarizan las vidas de millones de trabajadores y trabajadoras en el mundo. Nos resignaremos a ver el empobrecimiento de la clase trabajadora —gente trabajadora, como dicen ahora los sindicatos para no parecer muy marxistas— en la alfombra roja de los Oscar, cual  Nomadland , mientras chicos y chicas con las espaldas cargadas de mochilas y la vida laboral salpicada de pírricas cotizaciones se cruzan en nuestro camino a casa. Corremos el riesgo de que nos hipnoticen con la supresión del impuesto de sucesiones como si mañana fuéramos a enriquecernos con una herencia millonaria, mientras nos quejamos por la precariedad de los servicios públicos.

La pandemia nos ha hecho un poco más parias y solo queda la opción de luchar, por los derechos que nos legaron y el deber de dejar algo digno a las futuras generaciones. Por el pan y las rosas (o los claveles de Portugal). Sin olvidar que ‘nuestras’ vacunas las hacen los más parias de la Tierra. Y se están muriendo.

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