Diario de León

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Hace 42 años sufrimos una desgracia en la familia. Afortunadamente, vivimos para contarlo. Pasaron pocos minutos entre el aviso del vecino Isidoro, que vio las llamas correr sobre nuestro tejado al salir a echar el cigarro al fresco, y el desalojo precipitado de la vivienda, escaleras abajo, cargando con los más pequeños aún dormidos. Salvamos la vida aunque perdimos todo, hasta los recuerdos guardados en un baúl. La erupción del volcán Cabeza de Vaca en La Palma me ha traído las imágenes de aquella noche de octubre, el desesperado intento de mi padre por salvar también a los animales y el estado de shock de mi madre que lamentaba no pagar a los bomberos.

Salvamos la vida y el pijama. La solidaridad del vecindario y de otras personas cercanas y la ayuda del Ayuntamiento de León para conseguir otra casa fue nuestro equipaje para volver a empezar. Pasamos de vivir en Vista Alegre a Villanubla, pero vivimos. Pienso en los cientos de personas que han perdido sus casas y todos sus enseres en los terrenos que ha arrasado la lava basáltica en su carrera abrasadora hacia el mar y sé del apoyo y consuelo que precisan para pasar el trago de la pérdida y empezar de nuevo. Sus vidas ya no serán las mismas, pero son vidas. Urgen los planes de atención social y una reconstrucción con arreglo al conocimiento científico del comportamiento futuro del volcán y no a la voracidad urbanística que hace negocio de la viviendas en terrenos de riesgo por amenazas naturales, como vemos en ramblas asoladas por riadas en el Levante. Quizá muchas personas tengan que desterrar la idea de recuperar sus viviendas, aunque no hayan sido sepultadas por la lava. La insólita imagen de la solitaria casa salvada entre la colada negra quizá solo sea eso, una imagen exótica.

Hace años contemplé asombrada las vides de Lanzarote reverdecer sobre los conos de tierra volcánica cercados por unos muros de piedra con los que los agricultores rentabilizan al máximo las escasas lluvias. Las violentas erupciones del volcán de Timanfaya en 1730 y 1824 transformaron la isla, nueve pueblos quedaron sepultados, hubo hambrunas y mucha gente se vio obligada a emigrar. Los lanzaroteños o conejeros me parecieron mimetizadas con el paisaje. Gente recia, esbelta y de altura. No conozco La Palma ni a los palmeros y palmeras. Sé que han sufrido la desgracia del fuego en una de sus maravillas naturales, la caldera de Taburiente y ahora se enfrentan a un volcán en plena furia. Lucha leonesa y lucha canaria tienen mucho en común: nobleza, respeto, esfuerzo y responsabilidad. Que las mañas para salir adelante de esta catástrofe se inspiren en los valores de nuestros deportes vernáculos, sumadas a la ayuda gubernamental, la brújula de la ciencia y la solidaridad.

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