Diario de León

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Una de las estancias nobles de las casas de antes era la pocilga. En la pequeña cuadra, semioscura, que había que limpiar a diario y nunca se quitaba el olor, se criaba la comida de todo el año. Cuando llegaba el tiempo de matanza se juntaban las familias y los vecinos y vecinas se ayudaban unos a otros. El sanmartino era una fiesta, aunque aquel gocho abierto en canal y atado a una escalera en medio del pasillo me daba más miedo que gula.

Pasamos de la economía de subsistencia al derroche del supermercado y basurero en menos de medio siglo. Las pocilgas se convirtieron en cobertizos o desaparecieron para ampliar los patios, cuando quedaron arrumbadas entre las ruinas de la casa abandonada. Ahora los cerdos se crían con mando a distancia en macropocilgas hechas con créditos preferenciales con el beneplácito de la Junta. Me estoy acordando Isabel y José Luis, que resisten con La Alcancía, en Villoria de Órbigo. Nació en los 90 como empresa pionera de cría de cerdo por encargo. No les han regalado ni un aliento.

España se ha convertido en el segundo país con más macropocilgas, perdón, macrogranjas de Europa después de Alemania. Criamos 31 millones de marranos al año (sin contar a los de dos patas que viven a nuestra costa con malas artes y corrupción) y las emisiones de amoniaco son un 35% superiores a las permitidas por Europa.

Pero linchar a Alberto Garzón, ministro de Consumo del Gobierno de España, con bulos es más divertido que asumir verdades sustentandas por la ciencia y por el paladar menos exigente. Ocurrió cuando dijo que había que reducir el consumo de carne, se repitió con el caso del azúcar y vuelve ahora a pesar de su intento, en vano, por diferenciar entre ganadería extensiva y ganadería industrial. Algo que atañe a nuestro cuerpo y nuestra alma porque se trata también de cómo viven los animales que comemos y cómo trabajan los ganaderos y ganaderas que los crían. Hace falta un debate limpio para afrontar una reforma en profundidad del tejido agroganadero que nos han impuesto mientras pasamos los sábados deambulando por grandes superficies atentos a la última oferta y ajenos a las grandes decisiones que nos roban la salud y el tiempo. La nueva PAC pregona más hectáreas de cultivo ecológico y debe apoyar y no castigar a la ganadería extensiva. No solo el lobo es el enemigo de los verdaderos ganaderos, como vieron los trashumantes leoneses cuando la Junta convirtió en improductivos (y por tanto, no válidos para la PAC) superficies importantes de pastos de alta montaña.

Huele mal que el PSOE coincida con el PP, Ciudadanos y Vox en las macropocilgas. A Garzón le va a sacar del apuro el nuevo ministro de Agricultura alemán Cem Özdemir, que ya ha echado un pulso a las grandes cadenas. Al tiempo.

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