Diario de León

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Mis nociones de fútbol se limitan a los ecos que oigo en la redacción cuando la enfervorecida afición masculina comenta las jugadas o los resultados de un partido. En cierta ocasión asistí a un partido de copa en Ponferrada. La Deportiva se medía con el Real Madrid y me encargaron una crónica de ambiente. Y poco más.

De pequeña jugué mucho a la pelota. Me encantaba tirarla sobre el cumbre, botarla y hacer piruetas para recogerla. Pero, de fútbol, lo único que puedo acreditar es ignorancia y cierto recelo por ser un deporte hasta ahora masculinizado —ojo con las guerreras del fútbol femenino que vienen— y sobre todo, una descomunal maquinaria de hacer dinero para unos pocos. 

Estos días de atrás, con la Cultural midiéndose a los grandes, he comprobado que el fútbol moviliza emociones incluso entre quienes no entendemos ni jota. En los últimos minutos del partido Cultural-Atlético de Madrid, me vi envuelta en la euforia de la redacción hasta que se culminó la épica del 2-1. En el siguiente cayó el equipo local ante el Valencia. Lástima. Siempre queremos que ganen los nuestros.  

Luego he sabido que otros grandes han sido derrotados por equipos más humildes. El Valencia ante el Granada, el Vilarreal ante el Mirandés, el Real Madrid ante la Real Sociedad, el Barcelona ante el Athlétic de Bilbao... Dicen que la copa del rey parece la copa del lehendakari.

Más allá de las pelotas, me ha interesado el fenómeno de los pequeños que se crecen, y se hacen visibles, ante los grandes. Lo que pasa en el fútbol es un reflejo de lo que pasa en el país. Lo ha dicho la ministra Teresa Ribera en su visita relámpago a León para calmar los ánimos ante las movilizaciones que se avecinan el 16-F y las mociones leonesistas.

La ministra del cambio climático y el reto demográfico se refirió a la «España absurda en la que toda la población y todos los polos de atracción industrial y de servicios» están en la costa y en Madrid. El resto del país decrece mientras aumentan las desigualdades.

La España vaciada se la han merendado las grandes ciudades. Han agavillado habitantes década tras década y se han dotado a su costa de unas infraestructuras descomunales.

Sobre algunas engorda el hongo de la contaminación con el micelio del sobreconsumo, la sobreactividad y la sobrepoblación. Hay nueve ciudades con niveles de contaminación sobrepasan los recomendados por la Organización Mundial de la Salud (OMS). Es hora de repensar las  megalópolis para salvarse y salvar el planeta y dejar de destruir las pequeñas ciudades y volver la vista a las oportunidades de los espacios rurales. Y, de paso, las pequeñas ciudades como León deberían de replantearse el crecimiento urbanístico absurdo para no se sabe qué negocios y operaciones inmobiliarias. Cada día paso al lado de los terrenos arrasados en La Granja. Van a levantar un nuevo centro comercial y centenares de viviendas.

¿Alguien puede explicar el beneficio para la ciudad de perder los últimos vestigios de sus sebes y terrenos otrora agrícolas y hasta ahora pantalla del impacto de la ronda?. La demolición de los edificios, previa expulsión (ahumada) de los ocupas, ejemplifica cuán desnortadas andan las políticas locales. 

No es extraño que el relator de la ONU salga espantado tras comprobar que hay dos Españas y una está al límite por la pobreza. Es este país en el que, en menos de dos meses, ocho mujeres han sido asesinadas por sus parejas o exparejas.

La lucha por la autonomía leonesa debe ser más que la reacción a un agravio injusto e injustificado. Es hora de tejer el cesto con otras mimbres y con algo más que pelotas. Las políticas alejadas de las necesidades reales de la gente, de la sostenibilidad ambiental y territorial y de la igualdad entre hombres y mujeres son tan malas en Madrid como en León. 

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