Diario de León

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En mi vida baila hasta la fecha de nacimiento, tuve una infancia nómada, sigo en busca del centro de gravedad permanente y disfruto de la estación de los amores, que viene y va, con la efímera belleza de las flores en los largos días que dan paso al solsticio de verano y nos mecen como a seres divinos. 

La magia de Franco Battiato volvió en una mañana primaveral, inundada de gritos y brazos infantiles que atravesaban a nado el espigón del Tarajal. Suena su universo, que solo obedece al amor, en el abrazo de una voluntaria de Cruz Roja a un superviviente, en la zozobra de un soldado que corre sin aliento por el latido de una niña que se enfría en sus brazos.

Se fue sin ruido en uno de tantos días estruendosos en tierras fronterizas. Se fue sin miedo porque confía en volver. Como esos niños que saltan al agua soñando con ser Ronaldo o con cualquier horizonte tejido bajo el tejado de las estrellas. Un siciliano de alma europea y espíritu universal. Se fue Battiato tras varios años de silencio. Con la música de fondo de la pobre patria de la infancia arrojada al mar por pura venganza de un rey sátrapa, un dictador al que el líder de la oposición, española, muy española, dice que hay que rendir pleitesía antes que cualquier otra cosa cuando se llega a gobernar España. 

Nómadas en busca de «ángulos de tranquilidad en las nieblas del norte» han de atravesar las aguas donde fondea la quimera de la Atlántida y la ilusión de un mundo perdido antes de alcanzarlo. Es Ceuta, Melilla, Canarias, Lampedusa, Lesbos... El sueño de Europa resuena como música universal en un mundo globalizado, pero hay cuchillas en las fronteras y abismos en los que se hunden los destinos de los pobres. Es tan grande el deseo que no cesa con la edad, ni es desalentado por la tragedia repetida como una historia interminable en las aguas de Alborán.

Suena la marea con el rumor de las voces perdidas en la plenitud de la vida. Y con las risas de los que algún día caminarán por nuestras calles como adultos. La inmigración ya no es un fenómeno. Es el signo de nuestro tiempo.  Pero lo ocurrido esta semana entre Marruecos y España trasciende las aspiraciones de miles de personas por encontrar una vida mejor. Asistimos a un capítulo más del uso despiadado que la monarquía alauita hace de su población. 

Y seguirá ocurriendo mientras Europa riegue sus palacios con millones de euros sin que la democracia y la justicia distributiva se abran paso ahí abajo. Ocurrirá mientras, la Casa Blanca, con Trump y con Biden igual, siga blanqueando a dictadores a cambio del Sáhara Occidental. Se fue Battiato, quedan los nómadas. Y su concierto en Bagdad. 

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