Diario de León

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Que unos imberbes llamen putas y conejas a las chicas desde un colegio mayor trasciende este espacio privilegiado de alojamiento universitario. Porque, dicho sea de paso, hay que ver cómo está el alquiler en Madrid y quién puede pagarse una plaza en uno de estos centros de la jet universitaria. Escandaliza que lo digan niños bien que van a ser futuros líderes del país, pero llamar putas, conejas y zorras a las mujeres está tan a la orden del día que lo dicen a menudo de la misma madre que los parió, que tanto veneran, y atraviesa los tiempos.

En una Comisaría de Callao denuncié semejantes insultos de un casero tan cutre como la pensión en la que pasé mi primer año de carrera. Un domingo por la tarde, mientras estudiaba sola, escuchando a Serrat, irrumpió como un energúmeno con palabras gruesas y arrancando de cuajo el alargador que me permitía disfrutar del lujo dominical sin gastar pilas. El policía quiso desalentarme pero no cedí. En la vista oral relaté lo ocurrido y el paisano lo negó todo. Era mi palabra contra la suya. Hubo un momento surrealista en el que juez y acusado empezaron a hablar en plan colegas al reconocerse por el acento galleo. No sé si le condenó a las costas. Me dio mucha rabia porque me trataron como una incauta, pero nunca me arrepentí. Ganar no gané pero el paisano se pasó el verano con los cataplines de corbata. Mis compañeras se morían de la risa cada vez que entraba en aquel quinto sin ascensor de la calle Preciados, tan suave después de aquella denuncia. Yo tenía 19 años y ese era el mundo al que había salido. Un mundo paralelo a la movida madrileña que arrancó en el Concierto de la Primavera de 1981 en la Escuela de Arquitectura de la Politécnica y bebía las noches a largos tragos como si el mundo fuera a acabar. Corría la libertad en calles y parlamentos, pero a Paloma Chamorro la quitaron de La edad de oro por poner un crucifijo irreverente en la tele.

Las primeras décadas del siglo XXI han sido de grandes avances en derechos para las mujeres en España. La reacción no se ha hecho esperar y una sociedad que en 2018 abrazó la gran movilización en las calles y el Me Too deja emerger sin rubor a los que niegan la violencia machista y se les legitima y blanquea en asambleas, gobiernos y medios, como sucede en Castilla y León. A nosotras, mujeres, nos insultan en espacios físicos y virtuales. El acoso en redes, el ninguneo, que te quiten la palabra, que te cuenten como suyo lo que tú les estás contando... No es un colegio mayor. Es la sociedad cómplice que aplaude o calla. Como ha dicho Annie Ernaux, premio Nobel de Literatura 2022, «no me parece que, nosotras, mujeres, nos hayamos vuelto iguales en libertades, en poder. De una manera general, sigue existiendo esta dominación que toma formas más ligeras, o más pesadas».

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