Diario de León

Nuestra vida en el limbo

La bolsa o la vida. Como en las películas del Oeste, el mundo, España, León, nuestro barrio, han de desbrozar lo urgente de lo importante. Es hora de que la economía esté al servicio de la vida.

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El limbo era ese lugar al que te ibas sin darte cuenta, como a Babia. Hasta que, de pronto, te caía una voz encima de tu ensimismamiento como un trueno. Solía ocurrir en las horas de clase de la tarde y, sobre todo, cuando llegaba el buen tiempo. Abríamos la boca y sin darnos cuenta nos instalábamos en el limbo, o en Babia. El lugar lo elegía la monja o la maestra que te pillaba ajena a la lección y con la mirada pasmada en el cristal.

Ahora, sencillamente, estamos en el limbo. No podemos elegir, ni por asomo, ir a Babia. Ya quisiéramos.Nuestra vida en el limbo es un mandato de la emergencia sanitaria de un virus que al parecer es inofensivo en el cuerpo de un murciélago y ha puesto a la humanidad en jaque.

Nuestra vida en el limbo significa que todas las rutinas quedaron pospuestas para no sé sabe cuándo. Y también que la salud se ha puesto por delante de la economía para preservar el bien más preciado. No hay paredes ni distancias que separen vida familiar y laboral.

Cuando salimos a la calle reina el silencio y el mayor acto de socialización en directo del que gozamos es la hora de los aplausos. Todo lo demás, fuera de nuestra intimidad, es virtual. Hasta los cumpleaños y los nacimientos se celebran a través de videollamadas o fotos compartidas en el WhatsApp.

La clase política no se pone de acuerdo ni para bajarse el sueldo. para eso ya estamos los de abajo

Cuando salgamos ‘de esta’ los bares nos parecerán lugares extraños que en un tiempo pasado, que se antojará muy lejano, eran la extensión del salón, o el mismo salón, de nuestras casas. Nuestra vida en el limbo nos adiestra a vivir sin el contacto piel con piel y entrenamos la mirada y la sonrisa cómplice. ¿Nos quedará el miedo o el recelo a acercarnos y a que nuestra respiración se cruce en una conversación cercana?

La tienda de la esquina, el kiosko, la frutería, la pescadería... son las pocas cosas reales que hemos traído a nuestra vida en el limbo. Hasta sacar a las perras de paseo es un acto extraordinario. La mía, que antes no se movía del jardín de la plaza, ahora quiere descubrir el mundo por la noche. A algunos humanos les ocurre lo mismo. Siempre van a la contra.

Nuestra vida en el limbo no nos permite ir a Babia. Ni a Luna. Ni a Omaña, como van las ovejas a los pastos de primavera. Hemos perdido la noción de las dimensiones de las carreteras. Las cifras son un tótum revolotum. Las noticias se confunden con los bulos... o verdades a medias, que son las peores mentiras.

Seguimos ante el dilema de la bolsa o la vida, que debería ser una frase superada de tiempos pretéritos. Un recuerdo desdibujado en el polvo que levantan las huidas de los forajidos en las películas del Oeste. Pero está más vigente que nunca. El ser humano, que inventó el fuego y la agricultura, doblegó los metales y pintó en las cuevas todavía no ha sido capaz de inventar un sistema económico que esté al servicio de la vida.

La cuestión es si la economía está al servicio de la vida... Respondan sinceramente a la pregunta. Me temo que encontraremos muchas razones para decir no aunque haya algunas, y de peso, para decir que sí.

Urge una economía al servicio de los cuidados de las personas y del cuidado del planeta y sobran las plañideras de quienes piden crespones negros por las víctimas del coronavirus por ver si sacan tajada política sin pudor. La guerra de las banderas ya está servida. Nunca se ha ido.

Triste panorama tiene España. La clase política no se pone de acuerdo ni para bajarse el sueldo. Los errores de unos y la venganza de otros la pagan siempre las mismas personas. Las de abajo. Las que se aprietan el cinturón con ertes y trapas bajadas.

Como pagaron otras crisis, otras guerras, los miles de muertos que hay enterrados y olvidados en las cunetas, o los que dejaron su último aliento en el vientre de la mina cerradas y nunca más subieron a descolgar su ropa de las perchas en el vestuario del pozo.

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