Diario de León

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Cirujales es un pequeño pueblo de Omaña, comarca cuyo próspero pasado ganadero, debido a la mantequera leonesa, pervive en sus abundantes casas de piedra. Omaña se quita los velos del largo invierno de la despoblación con la llegada del estío y vuelven los corrillos de sillas a las calles. Y los bares a abrirse. Omaña, arrebujada cada vez más en el paisaje por la ausencia humana, saldó el viernes una cuenta pendiente con la historia. En Cirujales dio el último adiós a Genara Fernández García, maestra republicana asesinada por el franquismo en 1941 por repartir unas hojas de propaganda ‘subversiva’.

‘La Pasionaria de Omaña’, nos dice Manolo, el del bar de Riello, nada más pisar tierra en la comarca. Ante la mirada atónita de la parroquia, cuenta la leyenda que corrió por el valle como la pólvora en los paredones de años oscuros de la guerra y posguerra: «Sí, aquella (...) que cuando iban a dispararle gritó: ¡Viva Rusia!». Lo que nadie se imaginaba es que al desenterrar a Genara en el cementerio de León apareciera junto a sus restos olvidados una medalla de La Milagrosa. La maestra había sido calificada de ‘muy mala conducta’ religiosa, fue tildada de mujer de ‘moral dudosa’ y condenada por sus ideas izquierdistas. Una bruja roja en toda regla.

El grito, si fue cierto, de ¡Viva Rusia! y la medalla, que lo es, se encarnaron el viernes en Cirujales en un acto civil y religioso sin chirriar. El voluntariado de la ARMH entregó los restos solemnemente, como siempre, y el cura de Riello, por encargo de la familia, realizó el responso en el cementerio. En el homenaje a todas las víctimas de la represión en Omaña, tarea aún por completar con nombres y apellidos, el alcalde de Riello, del PP, la alcaldesa de Murias, del PSOE y el pedáneo de Cirujales, también del PP, sumaron presencia y palabras. Costó que la cortina del pasado se descorriera pero lo hicieron. Hubo mucho de pedagogía de la memoria en Cirujales. La última lección de Genara, en la plaza que fue su escuela, es que la memoria histórica es un asunto de Estado y de cada ciudadano y ciudadana. Los partidos deben dejar a un lado rivalidades y afrentas históricas para dignificar a todas las víctimas. Supone, claro, condenar la dictadura, asignatura pendiente para muchos. Tomen nota los líderes nacionales, que solo se acercan a los pueblos en elecciones, de la cintura de la política local que, por encima de las ideas, pone el respeto a sus convecinos. Si actos como el Cirujales fueran lo normal y no lo extraordinario dejarían de correr despropósitos por las barras de los bares (o las redes sociales, que son casi lo mismo). Nadie diría que no hay que abrir las tumbas de las víctimas del franquismo, como nos espetaron en otro bar. Entenderían que así se curan las heridas. Eso ocurrió en Omaña.

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