Diario de León

Palabras y cosas

CANTO RODADO | Concha Casado dejó el trabajo hecho con 25 años de antelación. O quizá es que nuestros políticos y las políticas públicas llevan un cuarto de siglo de retraso en esto de luchar (de verdad) contra la despoblación

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Mi padre desayunaba sopas de ajo en una escuilla de barro. Mi madre guisaba el cordero o el pollo de corral en una cazuela de Pereruela También recuerdo aquel arcón donde guardaba las orzas con lomo, chorizo o costilla de cerdo fritos en aceite para administrar la matanza a lo largo del año. Y las grandes vasijas de barro que había en el doble (sobrao) con los restos de miel de unos emjambres que había en el huerto.  

Les hablo de palabras y cacharros que casi han desaparecido. Puede que pronto estas palabras sea expulsadas del diccionario como ínfulas o ueste, por citar dos de las 2.800 que sacaron del Diccionario de la Real Academia en un siglo, entre 1914 y 2014, tal y como nos mostró Marta PCampos en el Musac hace unos meses.  

La artista, a través de este proyecto que hizo en colaboración con el Instituto Cervantes, invitaba a reciclar esas palabras ‘muertas’. Por ejemplo, cuñadez, otra palabra expulsada del paraíso de la lengua, podría estar de plena actualidad, si no fuera porque el cuñadismo ya ha venido a reemplazarla.  

Palabras y cosas. Un método de trabajo lingüístico que puso de moda Fritz Krügger —aquel señor alemán que atravesó La Cabrera a lomos de un mulo en los años 20 del siglo XX— y que en España se propagó con la ayuda de Dámaso Alonso y tesis doctorales como la que dirigió a Concha Casado (El habla de la Cabrera Alta) y a Guzmán Álvarez (El habla de Babia y Laciana).  

Concha Casado acopió palabras sentada detrás del mostrador de la tienda de ultramarinos que había fundado su abuelo en Truchas. Las apuntaba en unos papeles que iba cosiendo al mandil. Se dio cuenta de que la gente perdía la espontaneidad si le veían tomar notas en su cuarderno de campo.  

Era una jovencita recién salida de la facultad. Pero a tenacidad no había quien le ganara. Lo demostró toda su vida. Cuando en los años 80, ya jubilada del CSIC, regresó a León no se sentó en un sillón a ver pasar los días. Removió los pueblos y conventos. E hizo mover el culo a muchos poderosos.  

Esta semana era recordada en Jiménez de Jamuz, en el 25 aniversario del Alfar Museo como una mujer adelantada a su tiemp por su contribución a la creación de este museo vivo cuya alma son los cacharros y sobre todo el artesano que los moldea en el torno y los cuece en el horno. Martín, entonces; Jaime ahora.

 

Artesanos y artesanas son tesoros vivos de la humanidad, repetía doña Concha. Se dijo el otro día en Jiménez de Jamuz que iniciativas como el Alfar Museo son auténticas medidas contra la despoblación. Pequeñas, pero grandes conquistas.  

Concha Casado, como tantas otras mujeres, no es que fuera adelantada. Iba con los tiempos. El problema es el retraso que llevan las políticas demográficas y los políticos que ahora entonan el mantra como el catecismo cuando yo era niña y cenaba sopas de ajo en la escuillina.  

Su sentido práctico y capacidad de acción me vino a la cabeza escuchando el debate de candidatas que alcanzó una altura política y de miras que no tuvo el de los líderes. Luchar contra la despoblación exige cambiar la mirada. Y que se lucha contra los desequilibrios territoriales si se admite que las comarcas olvidadas y vaciadas para nutrir a las zonas industriosas no necesitan caridad sino justicia. Que la sanidad, la educación y el bienestar de las personas son un derecho. Y que ninguna persona es ilegal.  

Se lucha por la cohesión social si se admite que la brecha salarial no es un invento de las locas feministas, ni la digital un llanto infundado de los pueblos. O que el salario medio es de 1.900 euros no porque haya muchos trabajadores y trabajadoras que cobren esta cantidad. Sino porque unos pocos cobran mucho más.  

Hoy vamos a votar, con alegría, con cabreo, con escepticismo o confianza... Ojalá las urnas se llenen de votos de gente que quiere contribuir a hacer país, ciudad y pueblo con palabras y cosas. Palabrería hueca nos sobra. Mentiras, no queremos y salvadores de patrias nos espantan.

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