Diario de León

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El que siembra vientos recoge tempestades. No es nada nuevo, es parte de la sabiduría popular. Los seres humanos somos así, sabemos unas cuantas cosas a ciencia cierta, pero nos cuesta integrarlas y aplicarlas a nuestra vida cotidiana y solo lo hacemos cuando no nos queda otro remedio. Leía hace poco que tenemos que sufrir la peor situación posible para que tengamos que hacer cambios positivos en nuestra vida. Así funcionamos la mayoría de las veces.Estamos sufriendo ahora las consecuencias de decisiones poco acertadas que tomamos no hace tanto. Pero las cosas tienden a recoloarse de manera natural y a poner a cada uno en su sitio. Por suerte.

Alguien decidió un día que fabricar las cosas en el propio país era menos rentable que hacerlo fuera. Y surgió el amor interesado por China. Un país lejano en el que la mano de obra era mucho más batata que aquí por varios motivos, entre ellos porque los derechos de los trabajadores eran casi inexistentes. Y, claro, eso abarataba costes y lo convertía en un destino interesante al que trasladar las fábricas. Las ganancias eran mayores y la distancia suficiente para no ver las condiciones en las que se trabajaba allí, sin importarnos la calidad ni lo que perdíamos aquí. Comenzaron a cerrar talleres y negocios artesanos porque aquellas mastodónticas fábricas asiáticas dejaban claro que ya no interesabanY así hemos pasado años. Muchos. Demasiados.

Un tiempo en el que hemos traído de fuera tantas cosas que forman parte de nuestro día a día que ya no nos suena raro el ‘made in China’ ni el poliester. Un tiempo precioso en el que la etiqueta de ‘Hecho en España’ ha sido un verdadero lujo por el que había que pagar lo que vale realmente.

Y ahora resulta que ahora sufrimos una escasez alarmante de materias primas porque lo que viene de China tarda y el covid ha mermado la mano de obra y, en consecuencia, la producción. Encontrar ciertos materiales cuesta bastante más de la cuenta. ‘Pues ahora te fastidias’ que me hubiera dicho mi madre cuando me aplastaba  el dedo meñique del pie contra la esquina de la cama por hacer lo que ya sabia que no me convenía.

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