Diario de León

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Estoy fascinada tras descubrir el vídeo de El Fary en el que desgrana, a su manera, al «hombre blandengue». Sí, lo sé, es muy antiguo —tanto como el argumento del taxista reconvertido a cantante—, pero yo desconocía su existencia. Confieso que lo he visto en bucle en los últimos días. Las primeras veces me produjo incredulidad y las últimas, un ataque de risa. Resulta tan ridículo, añejo y caducado que no me extraña que se haya hecho viral en los 38 años que lleva por ahí el polémico fragmento de una entrevista que emitió Televisión Española.

Si usted está en el reducido grupo de quienes no saben de qué hablo, le adelanto algo: El Fary explica a un estupefacto presentador de televisión que «detesta al hombre blandengue», que para él es aquel que lleva las bolsas de la compra o empuja el carrito del niño. Y añade que la mujer, «que es granujilla, se aprovecha de él y le da capones».

Parece de ciencia ficción, pero este discurso era una realidad hace tres décadas, que no es tanto, y hasta se emitió en la televisión pública. Todavía hoy cala bien hondo. Era la España de los años 80 y así se veía a la figura masculina: hegemónica, estructurada, rancia y ‘sin mancha’. José Luis Cantero contaba entonces que existía un hombre que no era del todo hombre, al que mostraba su rechazo con palabras, pero también con gestos que no dejan lugar a dudas de la repulsión que le provocaba.

En aquel entonces la masculinidad era cuestionada cuando mediaba algo tan humano como los sentimientos. Y no nos engañemos, ese estereotipo sigue muy presente entre nosotros. Por suerte, ya no es raro verles en el supermercado o llevando el carrito de los niños, pero a los hombres se les sigue cuestionando por muchas cosas. Aunque en un tono más bajito, para que no se diga que no hemos evolucionado.

Aquella imagen estereotípica todavía permanece y hasta se alaba en según qué ambientes. Y yo, que adoro al hombre blandengue y no soy activista de ningún tipo, siento cierta pena por ellos, porque todavía quedan muchos que tienen miedo a mostrar su parte vulnerable o a dar un abrazo cariñoso por temor a ser tachados de blandengues o demasiado sentimentales. Es más fácil parecer otra cosa.

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