Diario de León

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Bonificación. ¡Qué palabra más bonita!. Parece que es decirla y a uno le inunda la esperanza. No me digan. Cuentan los estudiosos de los números y las estrategias que para mejorar algo relacionado con un precio a pagar, existe una táctica que se llama el ‘sesgo de anclaje’, según la cual la primera cifra que se da en una negociación nos queda grabada a fuego y marca que, a partir de ella, todo sea bueno o malo. O al menos lo parezca. Imagínense: Van a comprarse una isla desierta —que es, casi con seguridad, el mejor sitio en el que vivir ahora mismo—y cuando preguntan por el precio, la respuesta es una cantidad loca, imposible de asumir. A partir de ahí, cualquier bajada les va a parecer buena, aunque acaben comprando la isla por una millonada. Pero, oigan, que redujeron el precio inicial en un buen puñado de miles de euros y eso nos da la impresión de que la operación se ha cerrado a nuestro favor.

Es una palabra, bonificación, que a los políticos les encanta. Quizás conocedores del ‘sesgo de anclaje’, les chifla parecer que ellos también son buenos. Ya saben que la imagen y lo que parece prima más en esta sociedad que lo realmente es. ¿Que sube hasta la estratosfera el precio del combustible? Pues ellos lo bonifican. Y ya está. Vamos, que menos mal que están los que mandan para bonificarnos la vida porque de otra forma sería imposible. Pero digo yo que quizás convendría ser más directo y, en lugar de bonificar, ir directamente al quid de la cuestión y evitar que eso pase. Vamos, no poner una tirita en la herida adelantándose a lo que va a ocurrir, que para eso están.

¿Y qué me dicen de la luz? Nos bonificarán también la subida? ¿No hubiese sido mejor hacer las cosas bien antes en lugar de apostar por algo que se ha quedado en agua de borrajas? Pero claro, como los políticos van cambiando en función de sus necesidades en lugar de las nuestras, pues el que se equivocó en sus predicciones se va de rositas y ahora ya no hay a quién echarle la culpa porque ni está ni le importa un pimiento. Y, mientras tanto, así nos luce el pelo, pagando religiosamente cualquier cosa que nos echen encima porque es lo que hay. Al final, toda la basura va a parar al mismo sitio.

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