Contar la verdad

Es, sin duda, la misión del periodismo: relatar lo que acontece. Y es, además, un trabajo imprescindible. Y eso es así aquí y en cualquier lugar del mundo. El problema es cuando lo que se cuenta no agrada a los protagonistas por el motivo que sea. A ninguno nos gusta que nos saquen a relucir nuestras miserias, pero no queda otra que aguantarse. Lo que es, es. Pero hay personas que no están dispuestas a que nadie arroje luz sobre sus sombras. Justo ahí es donde reside el quid de la cuestión, ahora que sigue reciente el asesinato de los periodistas David Beriain y Roberto Fraile en Burkina Faso. Trabajaban en un documental sobre la caza furtiva en una zona peligrosa de Burkina Faso.

En algunos países y en pleno siglo XXI -la era de la tecnología, la transformación, el teletrabajo y no sé cuantas cosas más- no se permite contar lo que pasa. Contar las verdades incómodas. Y eso no ocurre en unos pocos lugares del planeta, es el pan nuestro de cada día en muchos países. A mi se me ocurren unos cuantos. Al mismísimo expresidente de los Estados Unidos Donald Trump le escocía profundamente que se contasen las cosas como eran cuando ostentaba el sillón de mandamás norteamericano, daba igual que fuera sobre su pelo o sobre la ultima reforma migratoria. Y por eso atacaba a diestro y siniestro con ese afán suyo que resultaba tan grosero. Eso sí, allí al menos la sangre no llegó al río.

¿Por qué será que la verdad molesta?

Precisamente por intentar contar la verdad arriesgaron su vida Beriain y Farile en Burkina Faso. Y no les dejaron porque molestaban. Su asesinato es otro capítulo de la terrible historia de acoso y derribo con la que se topan quienes quieren contar lo que no se sabe o lo que se conoce poco. Gracias a ellos podemos saber a este lado del mundo la realidad que se esconde en otros rincones del planeta.

Profesionales de recorrido admirable como muchos otros que perdieron la partida en el intento de hacer de altavoces de lo que está pasando. De contar la verdad.