Diario de León

Creado:

Actualizado:

No será por la cantidad de estudios que los dejan claro: hay que desconectar. Pero a eso también hay que aprender. Ya saben, dejar el móvil a un lado, olvidarnos de él por un rato o varios. Respirar.

Oigan, ¿no les da miedo lo que se ve y se escucha por ahí? Muchos vivimos, literalmente, pegados al teléfono. Sentimos la necesidad de estar siempre conectados y disponibles para todo aquel que necesite cualquier cosa de nosotros. Por nimia que sea. Luego que contestemos o no ya es otra cosa, pero lo hemos visto. También tenemos ansia de compartir nuestra vida o parte de ella en redes sociales, preferiblemente las cosas guays, que lo otro queda feo y desluce nuestro perfil. También consultar cualquier asunto de mucha o poca trascendencia, como a cuánto está el peso mexicano o a qué distancia está la playa perfecta para pasar el día y si tiene chiringuitos cerca. Y, ya de paso, queremos ver la carta para decidir si el plan acaba de cuadrarnos del todo. Para qué dejar espacio a la improvisación si se puede tener todo atado.

Hemos perdido frescura, espontaneidad, capacidad de reacción ante los imprevistos y de bailar bajo la lluvia. Y, sobre todo, hemos perdido libertad.

Estamos deseando irnos de vacaciones y luego nos pasamos el día delante de la pantalla. Intentando captar una buena instantánea de nuestros pies con el mar o la piscina de fondo y un cóctel en una esquina estratégicamente colocado. Decimos que queremos desconectar y luego no lo hacemos. Nos dedicamos a contar a nuestros amigos y allegados la última puesta de sol en lugar de disfrutarla sin filtros y guardarla en nuestra retina. Queremos desconectar, pero no somos capaces.

Y, en medio de estas reflexiones, resulta que hay un nuevo concepto que va que ni pintado a esto que les cuento: los pobres de la tecnología. Personas que no se pueden permitir esperar 24 horas para contestar un e-mail. Siempre disponibles. Una esclavitud de este siglo que parece que avanza a pasos de gigante. Al final va a ser que la línea que separa la tecnología como una herramienta práctica a nuestro servicio y la realidad de que seamos nosotros quienes estemos para servirle a ella va a ser demasiado fina. Demasiado fina. Quizás este verano nos parezca un buen momento para pensar en si, de verdad, estamos invirtiendo los papeles.

tracking