Diario de León

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No digo yo que no sea importante tener un cajero en el pueblo. En el mío vendría bien, desde luego, por eso de no tener que desplazarse para sacar dinero con el que pagar los huevos al vecino, por ejemplo. Lo que pasa es que no lo veo trascendental. Sobre todo porque hay otras muchas necesidades realmente importantes que cubrir primero en el mundo rural. Al menos unas cuantas.

Y no quiero decir que la idea de la Diputación de León de instalar 35 cajeros y poner en macha una oficina móvil financiera no sume. Lo que pasa es que no hace en pequeñito.

Para vivir en un pueblo hay que querer. Eso lo primero. Lo explicaba estupendamente un lector de este periódico hace un par de días. Los padres y abuelos insistían en que había que estudiar para escapar de la vida en el campo, que era dura y que deparaba a quien se negaba a irse un trabajo esclavo y mucho frío durante los largos inviernos. Y aquel mensaje parece que caló hondo porque casi nadie se quedó, dejando aquello para pasar unos días de vez en cuando. En los pueblos queda poca gente que aguante el año entero y todavía menos negocios que sigan en pie, salvo algunas excepciones, porque no hay que olvidar que los impuestos hay que pagarlos y son los mismos que en la ciudad. Una de esas cosas absurdas que pasan.

Porque está muy bien poner cajeros, wifi, que llegue el 5G y demás cosas que nos anuncian siempre a bombo y platillo, pero eso es empezar la casa por el tejado. Yo me puedo ir a vivir a un pueblo con una conexión a Internet que no veas y un cajero para sacar pasta. Bien. Pero si no tengo lo esencial, esas cosas se quedan en un discreto segundo plano. A eso se refería el amable lector del que les hablo, que propone ayudas para pagar la calefacción o aislar las viviendas. Que en el pueblo hace un frío que se le congelan a uno las velas y lo de las renovables está muy bien, pero cuestan un pico para los bolsillos no demasiado pudientes como los de la gente mayor que habita estos rincones que ya nadie quiere. Y como los de la mayoría.

Estaría bien que las ayudas empezasen desde abajo hacia arriba. Es decir, desde los cimientos para acabar con un bonito tejado bien hecho. Lo contrario, ya lo sabemos, hace que lo demás se derrumbe.

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