Diario de León

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No resulta fácil encontrar a gente que tenga algo que contar. Algo interesante. Y menos que posea cierta empatía y capacidad de escucha, dos cualidades fundamentales a la hora de mantener una conversación que resulte, al menos, entretenida para ambas partes.

Sin embargo, aunque es cierto que no abunda, también es verdad que existe la posibilidad de encontrar este perfil en lugares insospechados. Poco, pero haberlos, haylos. Un caldo de cultivo muy apropiado para ello es el medio rural. No creo que sea casualidad que en los pueblos haya gente de lo más variopinta y con mucho que contar, pero la clave está más bien en cómo lo cuentan. No es conocimiento teórico, sino práctico, de la vida misma, que es el más auténtico. Muchos de nuestros abuelos vivieron en el medio rural y ya conocen el dicho ‘sabe más el zorro por viejo que por zorro’. Y de ahí que en los pueblos se encuentre mucha gente interesante, aunque todavía queden algunos jóvenes. Es ahí donde no se ha borrado buena parte del conocimiento ancestral que no se ha esfumado a pesar de que casi todos hayan ahuecado el ala. Puede que tenga que ver con que la vida pasa más lenta fuera de los límites de la urbe y eso permite pensar más despacio y asentar mejor las cosas. De ahí surge esa chispa que convierte a la gente en interesante.

Quien tiene la suerte de tener un pueblo sabe de lo que hablo. Los perfiles son mucho más definidos, sencillamente porque hay menos gente y el trato es más cercano. El vecino que tiene tractor, el que sabe de plantas y puede curar un catarro con hierbas autóctonas, el que le gusta meterse en líos, la vieja del visillo, el religioso, el manitas, el que fue a la guerra... El catálogo es amplio y tiene mucho de donde tirar.

Tampoco es casualidad que los pueblos sean el refugio escogido por muchos artistas para encontrar la paz que exige crear y huir del ruido constante que caracteriza al mundo moderno. Lo dijo bien claro la periodista y escritora leonesa Violeta Serrano: «Hay que apostar por las ciudades intermedias y pueblos, no seguir concentrándonos en las grandes urbes donde la calidad de vida no existe». Ella ha cambiado la ciudad por el pueblo, en la Maragatería, como un ejemplo más de que hay gente interesante en cualquier rincón, hasta en el más insospechado. Sólo hay que buscarla con ahínco, porque cuesta.

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