Diario de León

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Lo de que estamos deshumanizados es algo que, a poco que mires un poco a tu alrededor, te queda meridianamente claro. La noticia de los padres del pueblo albaceteño de Caudete que están prisión por la muerte de sus dos bebés cuando estos tenían cuatro meses de edad le deja a uno el cuerpo revuelto. Suele pasar con las noticias increíbles y despiadadas como ésta. No tenía que haberlo leído porque estas cosas perturban el sueño de cualquiera, aunque mirar para otro lado, por desgracia, no hace que la realidad deje de existir. El mismo día, otra noticia similar: los padres de Lleida detenidos por maltratar a su bebé de menos de un mes, al que los ‘cuidados’ de sus progenitores le llevaron directamente a la UCI del Hospital Vall d’Hebrón. Y no queda ahí la cosa. También está el sujeto condenado a trece años de cárcel por abusar de sus tres sobrinas durante cinco años, con una de las cuales mantuvo relaciones sexuales en numerosas ocasiones desde los ocho hasta los trece años y a veces todos los días de la semana.  

Cada una de estas tres historias está aderezada con muchos otros detalles repulsivos que dan buena cuenta de que esto no es normal y de que, además, tenemos un problema que urge solucionar si queremos llegar algún día a ser una sociedad medianamente decente. Pero llegar a ese punto supone asumir un alto grado de respeto hacia uno mismo y hacia los demás del que parece que todavía nos separa una eternidad.  

Abusar de alguien, en cualquiera de sus vertientes, es asqueroso pero abusar de niños es todavía peor. Suelen ser, con demasiada frecuencia, víctimas del trato despiadado de su entorno más cercano y no digamos del que está un poco más alejado. La infancia debería ser sagrada. Es la época en la que se forman las personas del mañana, en la que deberían ser respetados más que nunca, cuidados y amados en el más amplio sentido de la palabra. Poco más necesitan los niños. Ellos son nuestro futuro y formarán la sociedad que viene. Pero al paso que vamos, todo tiene pinta de que las cosas seguirán igual o incluso peor. Los cambios, si es que queremos un mundo mejor, deben empezar por abajo, por la raíz, como casi siempre. Y es ahí donde están ellos. Y sin ellos el cambio no es posible.

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