Diario de León

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Vivimos en un mundo en el que, por defecto, nos suena todo y lo cotidiano nos resulta cómodo por conocido. Nos movemos la mayoría del tiempo en modo piloto automático y nos cuesta salir de nuestra zona de confort porque lo desconocido nos asusta. Y la culpa no la tiene ese concepto abstracto de mundo, que ya sabemos que puede sorprendernos en cualquier momento con una guerra o un virus malicioso y mortal. La culpa es algo mucho más cercano: es nuestra. Y entiendan ‘culpa’ como una oportunidad y no como un ataque, que ya sé yo que tendemos a dejar que las palabras menos bonitas nos toquen la fibra sensible, pero todo —absolutamente todo—depende de las gafas con las que veamos la vida.

Al menos a mí me queda claro que la sociedad que formamos es una especie de molde del que conviene no salirse. Aunque nos guste ir de lo contrario en ocasiones, lo cierto es que necesitamos pertenecer y salirse tanto de lo conocido como de lo que se espera de nosotros nos cuesta porque nos pone en el punto de mira y eso nos incomoda. Y, además, exige darle alguna vuelta a la cabeza y eso lleva tiempo.

De ahí que hayamos apostado por la producción en cadena, llenar las ciudades hasta hacerlas ilimitadas, comer lo que sale de las grandes fábricas, vestirnos con la ‘fast fashion’ y elegir los sitios de vacaciones más masificados. Lo sé, generalizar es un error y a mí, como a Isabel Coixet, me emocionan los detalles y no las generalidades. Pero así es. Hemos constituido —salvo excepciones que muchas veces nos chirrían precisamente por eso— una sociedad homogénea que ha olvidado que en los detalles reside el secreto de que las cosas sean únicas.

Por lo mismo, los oficios tradicionales intentan sobrevivir arrinconados porque ya pocos se acuerdan de ellos. Esa forma de trabajar laboriosa en la que se cuida todo el proceso de alguien que construye un reloj de sol para que el resultado sea especial y a la vez diferente no tiene nada que ver con las cosas que solemos comprar. Somos más de las grandes superficies, que nos lo ponen todo fácil y barato y allí acudimos en masa ansiosos de cerrar capítulo cuanto antes sin pararnos a pensar en el resultado ni en que, con nuestras decisiones estamos creando una sociedad homogénea que poco o nada deja a la sorpresa y a la diferencia.

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