Diario de León

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Ojalá aprendiésemos más de ellos en lugar de empeñarnos en pensar que somos nosotros los que tenemos todo que enseñarles. Es precisamente al revés. Deberíamos tomar buena nota de la espontaneidad de los niños, de su buen hacer y de sus reacciones ante la vida en general. Sobre todo porque a ellos les importa un pimiento el ayer y no viven pendientes del mañana, sino del ahora —todo lo contrario que los adultos— y por eso son tan felices. Son expertos en ese término moderno del ‘mindfulness’ y no porque sigan las modas, sino porque son naturaleza pura y así nacemos todos, aunque luego la propia vida y las costumbres y creencias absurdas nos corrompen hasta convertirnos en seres desnaturalizados, más pendientes de lo de al lado y de lo que pasará que de lo que tenemos delante de nuestras narices. Siempre perdidos en lo urgente.

Mi intención es hacer una oda a los niños. Sé que ellos no interesan políticamente a nadie. Ni tampoco económicamente salvo con la vuelta al cole y la Navidad. Y, además, la infancia no tiene voz, con lo cual tampoco se les escucha. Eso es precisamente lo que dice la campaña #unidosporlainfancia, al hilo de a cual hago esta reivindicación a favor de los más pequeños. 

La campaña en cuestión hace referencia a una realidad con la que convivimos desde hace ya más de año y medio: el uso obligatorio de la mascarilla por parte de los niños y niñas. Y es cierto, a ellos les hemos exigido todo desde que comenzó la pandemia. Hasta se les prohibió un derecho básico como salir a la calle. Es más, los parques seguían cerrados mientras en las terrazas se apelotonaba la gente ansiosa de poder socializar caña en mano, dejando claro que ellos son ciudadanos de segunda. Y no sólo eso, sino que, además, se les sigue exigiendo que se pongan la mascarilla en el patio del colegio, aunque ellos mismos sean testigos de que los estadios de fútbol están llenos de gente sin ella. Y sólo es una de las tantas incoherencias a las que les sometemos. De ahí que esta campaña exija una alternativa segura y respetuosa al uso de la mascarilla en la infancia.

Porque, en el fondo, nosotros mismos somos cómplices de esta falta de consideración al permitirlo.

Si hemos sido capaces de encontrar una vacuna contra un virus prácticamente desconocido, esto es pan comido. 

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