Diario de León

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Ahora que a uno le da por pensar algo más de lo habitual, se le pasa por la cabeza casi de todo. Pienso, por ejemplo, en lo felices que tienen que estar los animales en ese territorio extraño en el que se ha convertido todo aquello que no sean las cuatro paredes de casa. No digo nada de todo lo que sean unos cuantos kilómetros más allá en dirección a la montaña. Qué felicidad tienen que experimentar sin nuestra compañía. Ellos a su bola mientras nosotros nos recluimos. Aguas cristalinas, aire limpio y una naturaleza en pleno proceso de depuración que cada vez se hace más apetecible. Es curioso que su bienestar sea directamente proporcional a lo lejos que se encuentre el ser humano.

Pienso también en que ahora vivir en la España vacía se ha convertido en una suerte. Aquí no quería venir nadie porque la ciudad es mucho más animada y hay millones de cosas más interesantes que hacer que en un pueblo. Pero ahora que la parálisis lo ha invadido todo, disfrutar de un trocito de cielo o de un espacio verde se perfila como un tesoro. Las casas de los pueblos, deshabitadas buena parte del año, son el destino ansiado frente a la estrechez de los pisos de la ciudad, pensados muchos como lugares de paso. Ahora que toca quedarse se echa en falta un poco más de ‘hogar’.

Me ronda también el seso nuestra forma de pasar el tiempo. Cuentan que la venta de consolas ha aumentado un montón durante el confinamiento y me hace darle vueltas a una realidad clara: no sabemos cómo entretenernos. La invasión digital nos ha puesto casi todo a un click y todo lo que sea ir un poco más allá nos da pereza. Para qué, si en el móvil-tablet-consola tenemos todo un mundo de posibilidades sólo con darle un botón. Ayer escuchaba a Joaquín Sabina contando que la lectura y la escritura llenan sus días y que, al tener el brazo en cabestrillo sólo le pesa no poder tocar la guitarra. Decía también que está acostumbrado a la soledad y por eso lleva mejor este encierro. Qué bueno este hombre. Por eso canta cosas tan bonitas.

Y yo, que reniego de los aparatos que han venido —supuestamente— a hacernos la vida fácil, he tenido que sucumbir al wifi y me ronda la cabeza una preocupación: no caer en todas las tendencias que nos impone la vida moderna y poder seguir disfrutando de un trocito de cielo.

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