Diario de León

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«Todas las comunidades autónomas tienen la herramienta del estado de alarma y la posibilidad de solicitar su declaración en todo o parte de su territorio». Así lo dijo el pasado 25 de agosto Pedro Sánchez. Además, pronunciaba esas palabras desde La Moncloa. Fue su primera comparecencia tras el regreso estival. Se trataba de mantener la estrategia de hacer recaer sobre las autonomías el peso de la gestión en la lucha contra la pandemia. Sobre todo, el desgaste.

De la alarma por territorios lanzada por Sánchez muy pronto dejó de haber noticia. Ningún mandatario autonómico llegó a solicitar tal instrumento, pero fue ante todo el presidente del Gobierno quien tuvo prisa por enterrar el plan bajo tierra. Sobre su mesa, la opinión de los juristas advertía de que una excepcionalidad constitucional es un asunto de Estado. Y como tal, en ningún caso hubiera podido desentenderse del mismo, ni desde luego escudarse en la manida «cogobernanza» para lavarse las manos ante una situación extraordinaria, por muy territorial que fuese. Tal como Sánchez lanzó la ocurrencia al ruedo público, la guardó en un cajón.

Sin embargo, persistió en la renuncia a su obligación de gobernar, a la que se suma ahora su negativa a entregar a las Comunidades Autónomas los medios legales para combatir la tercera ola de la pandemia. Sánchez está perdiendo un tiempo vital. Le mueven, única y exclusivamente, los intereses partidistas por las elecciones catalanas. Pretende elevarse sobre el descontrolado coronavirus para caer en la autocomplacencia en todas y cada una de sus apariciones, reivindicar la estrategia en marcha para doblegar la curva y defender su rumbo. Al actual polvorín territorial, habiendo desoído su clamor, ya ha decidido contraponer la buena nueva de las vacunas. «El arma definitiva», lo ha llegado a llamar el presidente, que confía en llegar al verano con el 70% de la población inmunizada. 

Los guionistas alrededor de Sánchez aspiran a «venderlo» como el líder del Gran Plan de Vacunación, huyendo que le asocien con el desbarajuste y el sufrimiento actuales. Nos quedan meses duros, sí, lo deja caer en cada una de sus discursos el presidente, aunque sobre todo apele a la esperanza y a la confianza. Sánchez gana tiempo, como viene haciendo desde hace ya demasiados meses. Antepone sus beneficios particulares a los generales, por mucho que sólo una irremediable falta de escrúpulos lleve a un gobernante a jugar con las emociones de esa manera con la salud y la vida. 

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