Diario de León

Antonio Manilla

Alcaldes prejuiciosos

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Un prejuicio es un principio como cualquier otro. Un principio dictado, en vez de por la razón, por el instinto. Pero, salvo para los muy dogmáticos o cerriles, también tiene sus excepciones confirmadoras de la regla. El prejuicio contra las cosas que reptan nos mantiene alejados de la víbora que ni siquiera vemos pero quizá no nos defiende de degustar ese plato de caracoles que nos entra por los ojos, aunque sean animalitos que también se arrastran sobre su estómago. La importancia de la presentación es tal que, si nos lo muestran con la apariencia de un bombón, somos capaces de engullir delicias japonesas de pescado crudo que, hasta hace nada, aquí se usaban como alimento para gatos. Con los desechos procesados como comida para perros todavía no se le ha ocurrido a ningún master chef un plato, pero cualquier día abren una lata y poéticamente nos la emplatan hasta el fondo de las tripas, cobrándonos un potosí para más inri.

El instinto de las personas que llegan a alcalde en la ciudad de León es remozar su calle principal haga falta o no. Ya hay mucho escrito, pero creo que nadie lo ha abordado como un prejuicio hereditario del cargo, una carga inevitable que viene con el sillón. Silván estuvo en un tris, pero en el último momento se resistió a la tentación mayor de peatonalizar nuestra gran vía. Díez, al sucederle, se echó a sus brazos primero con un cutre plan pictórico de señalética y luego con un proyecto cromático que va a alegrar la vista y aliviar de nuevo el bolsillo de todos los semipeatones. Una pena que tanto arte en la calle sólo vaya a poder ser disfrutado de día, porque el León nocturno ha ganado tanto empaque y volumen con la iluminación led que ya hay quienes hablan, después del «León a 30», de un «León a oscuras», que todavía no es una ruta turística municipal aunque al municipio se deba su existencia.

En la puesta de largo del Ordoño colorido y semiconductor, estoy seguro de que no saldrán a relucir los barrios. Y, aunque pocos gastos sean más innecesarios que este, se nos dirá que es la cara de la ciudad —no la calle más cara de la ciudad—, la arteria que transitan los turistas, el cogollito a presentar a las visitas. Y habrá quienes se embaúlen el bombón, por la presentación y el envoltorio.

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