Diario de León

Antonio Manilla

Alcorques y mandorlas

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Si, como sostiene el personaje de un relato del gran Juan Eduardo Zúñiga, la guerra civil empezó mucho antes del primer tiro, cuando todo lo que ocurría en España era una sorda lucha, «una guerra latente, porque imponer la injusticia origina, tarde o temprano, negras calamidades», yo creo que todo esta progrez de las semipeatonalizaciones, las calzadas pintadas y el centro para los coches eléctricos comenzó con los alcorques de goma. Cuando esos círculos por los que respira la tierra atrapada bajo el cemento de las ciudades —no solo los árboles, porque muchos alcorques están viudos— se cubrieron de una especie de goma de parque infantil blanda y porosa, quitando las rejillas que ocultaban de las miradas las deposiciones de las mascotas porque se suponía que todos sus dueños las recogerían en sus bolsitas, los ciudadanos dimos pie a un tipo de política de principios infundados, optimista y falaz. Una pauta de actuación determinista, proactiva y cándida como la hija del predicador de las películas americanas la noche de su primer baile, que confunde de raíz las intenciones y la realidad, lo que es lo mismo que decir los sueños con la vida.

Porque la necesidad puede que cree al órgano, pero el órgano no crea la necesidad y, lo mismo que no todos los propietarios de perros depositan en una papelera los detritus de sus perros, intuye uno que no van a ser mayoría los capitalinos que con la que está cayendo se pasen a los coches eléctricos por más que lo decrete el gobierno y nuestro alcalde aplauda y se apresure a acotar un León Central que, apoyándose en la Ley de Cambio Climático, se cerrará a los automóviles que no sean eléctricos o ecológicos. Una almendra mística, mandorla o aislado cogollito que transformará el centro en zona de bajas emisiones contaminantes, según el proyecto de ley, o en «gueto», trombo para el tráfico y apacible urbanización de pudientes para el resto de los leoneses. Una especie de reserva india donde estará permitido conducir un Mustang siempre que sea caballo.

Si las muestras del surrealista sinvivir en que nuestro país permanece atenazado uno cree que comenzaron el día que un tío-tío como Sergio Ramos tiró un penalti a lo Panenka, el día que aceptamos los alcorques de plástico dimos carta blanca a la almendra mística. Todas las involuciones (se avecinan multazos) comienzan por pequeñas cosas así.

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