Diario de León

Antonio Manilla

Algas y otras hierbas

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Que existe una ofensiva a nivel planetario contra el consumo de carne, me parece una evidencia contra la que hay que defenderse, aunque sea reconociendo los méritos de las alimentaciones alternativas. Cuando a uno han intentado convencerle de las bondades depurativas y adelgazantes de la dieta vegetariana, se ha revuelto bastante bien citando a ballenas, rinocerontes y vacas, todos ellos vegetarianos estrictos y dueños de una cintura mucho más ancha que la de tiburones, leones y lobos, depredadores casi desde su más tierna infancia. Pero hay que ir pensando nuevos argumentos.  

Que la alimentación carnívora es más sana que la vegetariana podría defenderse, por ejemplo, recordando que todas las drogas tradicionales de la humanidad proceden de las plantas. No existe una sola que se extraiga de un filete fermentado, de una chuleta bien masticada o de un solomillo consumido en crudo. La experiencia recreativa de las drogas, sin duda, la inventó un frutívoro. Mientras que el cazador está condenado a practicar deporte, el recolector, que se aburre entre cosecha y cosecha, se tira al vicio para matar el tiempo y lo mismo le da por crearse un amplio árbol genealógico que por concebir el orujo de arándanos. Como además la agricultura presupone ser sedentario, seguramente también serían los labriegos quienes inventaron el turismo y las vacaciones, ese orgullo del que tiene el granero repleto. Un cazador jamás habría ideado la ciudad, ni el gimnasio, todo sea dicho de paso, que es una excrecencia urbana. Las armas sí, claro, pero como herramienta de trabajo.  

Debemos, en fin, a frutívoros y amantes de lo vegetal las drogas, hasta las paliativas y legales, porque los químicos de antaño se inspiraron en las virtudes de las plantas terrestres, como los de hogaño se fijan en las acuáticas. Las drogas, que solo son diferentes de las medicinas por una cuestión de proporción, igual que una talla treinta y seis y una cuarenta y cuatro. O como la distancia que existe entre alimentarse con verduras y hierba. A mí me parece que de comerse un chuletón de vaca a uno de hipopótamo todavía hay un trecho y que los gastrónomos igual debían haber comenzado por ahí antes que por otras cosas. Las algas, con tanto secarse e hidratarse, dejan un regusto a fondo de pantano. Alimentarán, que no lo pongo en duda, pero recuerdan demasiado al barro del que surgió la vida. A mí me saben a genocidio.

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