Diario de León

Antonio Manilla

Atentados ligeros

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Para los amantes de la germanicorromana estética de las muchedumbres que se arremolinan alrededor de un único sentimiento están hechos el fútbol, los estadios y sus sangrientos alrededores de cristales rotos. Para los devotos de esa pasión monógama de amor sin vuelta atrás por unos colores, a menudo también sin correspondencia, están erigidas como templos griegos fuentes públicas y estatuas de dioses paganos que tomar al asalto, beodos de alegría, cuando se conquista una copa que será de plata pero tiene el alma de cuero. Los templos de la cultura, sin embargo, hasta ahora, permanecían libres de expresiones de forofismo deportivo o reivindicativo de cualquier causa que no fuera una chifladura personal e intransferible, que puntualmente se resolvía apuñalando un lienzo y el posterior ingreso en una institución mental del agresor.

Cuando parecía que la caza del zorro o la lidia de toros estaban de capa caída, o al menos recluidas más en su coartada ancestral que cultural, surge una nueva modalidad de manifestación que pretende aprovechar el prestigio de la cultura a su favor: los espontáneos del loctite o frustrados expresionistas abstractos que, bote en mano, le dan una capa de spray a un cuadro o se pegan las manos al marco en un museo concurrido donde haya alguien dispuesto a inmortalizarlos en vídeo. Son en su mayoría, dicen, activistas de la ecología que pretenden salvar al planeta llamando la atención del mundo a través de una gesta idiota, como si encadenarse a un lienzo con pegamento —y, ojo, que algunos marcos antiguos son al menos tan valiosos y únicos como los cuadros que delimitan— fuera a atraer simpatías a porrones. Ponerse delante de un morlaco a pelo o intentar tocarle el rabo a un zorro y grabarlo igual proporcionaba muchos visionados, pero en alguna red, porque ya ni los espontáneos salen en las retransmisiones futbolísticas.

Esta estrategia estética ecologista de atentados ligeros es tan patosa como risible. La palma de la estupidez, por ahora, se la han llevado dos que se encadenaron a la barra de una parte móvil de una orquesta antes de un concierto: se transportó el artefacto de la sala al sótano y allí los dejaron, con su reivindicación a flor de piel y perfectamente compuestos para la visita de los bomberos con la radial. Todo un cuadro. Busque foto si no los ha visto porque no hay una forma más risueña de terminar unas líneas que nacieron indignadas.

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