Diario de León

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Algo que muere a cada instante y nunca deja de ser. Efímero y perpetuo. Caduco y permanente, que diría Bataille. Una fuente que mana y corre. Que no se desgasta por mucho que se gaste. Que siempre está fresco como una fruta recién cogida. Y todo ocurre en él. Incluso la nostalgia de los tiempos pasados, hasta los más inflamados ensueños del porvenir. Hablamos del presente, del instante fluyente, del último segundo, ese que ya ha dejado su legado a este otro de ahora mismo. La llama entre el tronco y la ceniza, que escribió el poeta José Hierro. 

Cualquier relato de la actualidad es pasado, hasta las últimas noticias, pero, parafraseando la Rebelión en la granja de George Orwell, unos son más pasados que otros. Aunque en términos generales en nuestro país tengamos muy presentes permanentemente hechos históricos que tienen más de ochenta años de solera, la actualidad existe. Sale en los periódicos. Incluso en los telediarios estos de ahora que se emiten desde un plató entre lisérgico y futurista, como de concurso antiguo. Nos cerca y convive con nosotros. Puede que a veces parezca tener menos cuerpo que algún recuerdo muy vivo, pero no es cierto. Todo lo que tenemos es lo que está siendo. Eso somos: los que estamos, aquí y ahora, sobre el escenario del mundo.

Nos lo recordaron de mil maneras los clásicos, renovando el carpe diem , y nos lo pone ante los ojos la enfermedad, cuando acorta y precipita nuestras esperanzas. Somos un animal histórico, que es consciente de su pasado, pero también el único que rumia el porvenir, aspira y sueña. Acaso seamos también quienes menos importancia damos al instante que estamos viviendo, que es el que se escapa y huye. El árbol sensitivo no prevé la próxima primavera, ni el perro la luna llena, su más allá está en la inmediatez del próximo minuto. Nosotros proyectamos y lanzamos nuestra mirada más allá de las estrellas.

La gravedad de un diagnóstico o la expansión de una amenazante pandemia recorta nuestro horizonte y de alguna manera nos retrotrae a esa naturaleza que la humanidad se ha empeñado en soslayar creando artificios como el de la ciudad iluminada y tantos otros bótox contra el tiempo. Nos cercena el futuro y nos pone en el sitio del animal: ante la inmensidad natural del próximo instante por vivir. En cierta forma nos desnuda. Abracemos así al día.

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