Diario de León

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Si, como decía Feuerbach, somos lo que comemos, el futuro se nos presenta triste y oscuro como el reinado de Witiza. No dice uno que haya que saber la composición de todo lo que nos embaulamos hacia el estómago, pero sí que con la trazabilidad de un alimento no basta. Que una bandeja de carne adquirida en un supermercado tenga origen en España no quita que usted tenga la previsión de comérsela o al menos cocinarla antes de dos días, ponga la fecha de caducidad que ponga el retractilado. Del aspecto hace mucho que ya no puede fiarse el consumidor: hay polvos mágicos capaces de revivir el aspecto de un filete y que levante la mano el que no haya tenido la tentación alguna vez de reclamarle al camarero un solomillo que no fuera contemporáneo de Lázaro.

Y mejor ni hablamos de la mortadela, los palitos de cangrejo, las barras de chóped y en general todo el compost comestible que cada día los emprendedores alimentarios se sacan de la manga para aprovechar los desechos derivados de la trasformación de la materia prima en amalgamas vagamente digeribles por el estómago humano, plásticos incluidos. No hablo de oídas: un amigo biólogo que se dedica a analizar estos productos siempre dice que si supiéramos de qué están hechas las salchichas Frankfurt, no volveríamos jamás a comerlas, sin entrar en más detalles. Aunque tampoco hace falta tener un laboratorio en casa. Con cierto gusto y memoria de sabores, basta y sobra.

Todo lo que viene en bandejas sabe a polímero, a regalo y envoltorio. Las frutas dejan un retrogusto a cera para muebles, las verduras a insecticidas, los pescados a frigoría. Las patatas, que siempre tuvieron cierto deje a tierra, ahora huelen a fairy y traen una piel tan fina que solo puede ser fruto de un diseño genético. Los tomates saben a vacío envasado. Es un engaño global. Por eso las megacadenas de esas hamburguesas hechas con algo semejante a la carne —dice mi amigo— son las más sinceras. Llevan tanta química y saborizantes que las podríamos considerar medicamentos.

Esas hormonas te transforman por dentro lentamente, pero también te curan. Hay jarabes con menos principios activos. A los establecimientos donde las sirven igual había que ponerles en la puerta la cruz verde de las farmacias. ¿O sea, que los recomendamos? Tampoco es eso, mientras no nos salgan cuatro muslos como a los pollos, vamos bien.

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