Diario de León

Antonio Manilla

Distopía democrática digital

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Nuevanormalidad, antes conocido por Estepaís, es un territorio complejo que está compuesto por dieciseite oficialidades y dos pequeñas ciudades afroeuropeas. El acta de constitución de la nación nació al hilo de la primera crisis de la Globalidad, una enfermedad pandémica que crujió a principios de los años veinte a todas las instituciones del antiguo régimen de un solo golpe. No pervivieron la monarquía parlamentaria ni la democracia representativa, que fueron sustituidas por un sopicaldo de repúblicas confederadas, un poco al estilo del modelo de estados norteamericano, sólo que con ciberconsultas a través de las cuales hasta el menor reglamento era aprobado o rechazado telemáticamente por la ciudadanía conectada.

A la cabeza del Estado se puso, para representarlo ante el mundo, sin ningún poder práctico, a su mejor embajador mediático: a un tenista que venció por goleada, en la pertinente consulta de popularidad internáutica, a una cantante neoflamenca residente en Miami y a un ministro astronauta que, habituado a la falta de gravedad, no hizo nada por postularse pero se dejó presentar sin la menor oposición. Los viejos líderes políticos habían caído en desgracia: eran rémoras de un viejo sistema llamado a ser sustituido por algo mucho más dinámico y participativo. No hacían falta ministros, presidente autonómicos ni alcaldes para el autogobierno de autogestión autoinfligida.

Democracia directa digital o DDD se denominó al sistema instantáneo por el que los referendos pasaron a convertirse en la expresión directa de los deseos del pueblo. Nada era definitivo ni permanente, pues siempre cabía la posibilidad de que mutase de un día para otro, por intercesión de alguna innovadora propuesta soltada a la red sin correa. Los debates de ideas habían sido desterrados y las gestiones públicas se realizaban sin dilación ni inútiles papeleos a través de robots. Nada era verdad. Nada era bulo. Todo era efímero y algoritmo. La dilución de la responsabilidad era absoluta, ninguna ley promulgada llegó a estar vigente más de doce meses. La vida transcurría mediante conexión en Nuevanormalidad, pisando la calle nada más para las actividades esenciales que había definido el congreso permanente del electorado.

Aunque en un par de generaciones se olvidó la causa primera, se siguió conservando la arcaica costumbre, heredada de los tiempos de Estepaís, de salir a las ocho de la tarde a los balcones a lanzar al atardecer una salva de aplausos colectiva. Aviones y vencejos ya no se asustaban de aquel rito recluso.

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