Diario de León

Antonio Manilla

Endemismos locales

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No me cabe el título que ha dado pie a esta columna. Son raras las ocasiones en que en el taller del columnista entra antes el título que el texto del artículo, pero cuando eso ocurre se le debe obediencia ciega, aunque no se tenga ni idea de cómo trincharlo, pero tampoco sabemos cómo le entra el agua al coco. Este quería ser, de haber cabido: «Cosas que ocurren en León y muy malamente en otros sitios». Un catálogo de particularidades o endemismos de conducta que a los locales nos parecen completamente normales y sorprenden a las visitas, aunque también podría verse al revés: cosas comunes en León que extrañan a las visitas y a nosotros nos asombra ese pasmo forastero, como cuando el niño comparte encima de la cabeza del vecino su vaso de leche porque tiene interiorizada la idea de que hay que repartir las cosas con los demás, aunque sea por las bravas. «Cosas de León», aunque es más corto, no habría sido un título acertado porque supondría algo así como elevar la rareza a norma, como hacen todas las concejalías de cultura no sé si por tradición o por simple envidia, por competir en extravagancia —o extra vagancia— con algún centro hipercontemporáneo.

Comer sin sentarse, de tapa en tapa; escuchar a pie de barra una «ocultísima» conversación sobre los orígenes de la Atlántida o los múltiples griales que vagan por el mundo; «matar judíos» sin derramar otra sangre que la de las uvas ni cometer delito, son algunas de estas peculiaridades leonesas de ayer y hoy. Sé que los amantes de la tradición ampliarían la lista de hermosas singularidades por los dos lados sin tan siquiera despeinarse. Sin embargo, uno quiere traer aquí dos que no son para fardar de ellas y que a cualquier lector atento y constante de nuestra prensa, a poco que lea con los ojos abiertos al asombro, sin duda le habrán hecho meditar.

La primera es la cantidad de «muertes de género» sin resolver que se han sucedido en los últimos años. Mujeres asesinadas sin que nadie haya sido detenido por ello. Una sería suficiente, pero sin hacer esfuerzos de hemeroteca uno recuerda por lo menos tres o cuatro casos de los que ya ni se habla. La otra es la periódica aparición de cadáveres en los ríos, la atracción hacia el agua del último paso, la muerte entre los peces. Localismos de nuestra crónica negra.

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