Diario de León

Antonio Manilla

Historia de una burbuja

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Platón tiene un amigo que le contó que, si la suya no hubiera sido una familia unipersonal, durante el aislamiento habría matado a alguien con tal de salir de casa, aunque fuera para ir a prisión. Tras evaluar los candidatos y comprobar que asesino y asesinado iban a ser la misma persona, concluyó que no merecía la pena el esfuerzo porque vivo no iba a ir muy lejos y muerto se quedaba como estaba. O peor: sin ver partidos por internet y pidiendo que le trajeran kebabs al salón e instalando y desinstalando compulsivamente juegos en el móvil, con la única inquietud vital de saber qué servicios mínimos tendría Glovo en caso de que su legión de ciclistas con mochila decidiera ponerse en huelga.

Está claro que no era un tipo concienciado ni capaz de empoderarse a sí mismo, sino un parado a su pesar, pero fue capaz de hacerse fuerte en su aislamiento con la única ayuda de lo que le echaban desde el servicio de empleo. Con ese alpiste prorrateado de las deducciones de sus nóminas de casi toda una vida, pagó las facturas, el servicio de internet y le alcanzó para comer una dieta nutricionalmente desproporcionada y, aun así, compatible con la vida. Como el primer plato del menú del Ezequiel o así.

Leyó —por puro aburrimiento— cuatro libros descargados electrónicamente, entre ellos un ensayo sobre el Sapiens que era el último grito. Como lo que le sobraba era tiempo, se culturizó mucho. De sus visionados nocturnos televisivos, adquirió una capacitación que nada más serviría para trabajar como comentarista de combates de Ultimate Fight Club: sabía quiénes eran y pronunciaba perfectamente los nombres de Stipe Miocic, Jon Jones e Israel Adesanya. De sus desmayados paseos por la Wikipedia, había sacado conexiones maravillosas que seguramente hasta ahora a todos le habían pasado desapercibidas. Por ejemplo que Lou Andreas Salomé, la esposa de Mahler y de la que estuvo enamorada Nietzsche, tuvo sus devaneos con Rilke, y éste fue amigo del padre pintor de Boris Pasternak e íntimo de Baladine Klossowska, esposa del historiador del arte Erich Klossowski y madre, a su vez, del pintor Balthus. Cosas así de apasionantes.

Su burbuja lo alejó del crimen y el wifi le había salvado la vida y con él había amueblado la soledad, esa intimidad intimidante dictada por el gobierno para que nuestra sanidad continuara siendo la mejor del mundo. Para qué más.

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