Diario de León

Antonio Manilla

León de apaga y vámonos

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¡Qué tiempos aquellos los del carburo! —se arranca Platón—. Las calles nocturnas de León, comparadas con las de ahora, parecían Las Vegas. No se veía un burro a cuatro pasos, pero a dos te daba tiempo a pegar un salto para esquivarlo. Ahora es que no se ve ni a los peatones en los pasos de cebra. Esas farolas de iluminación led que no es que no den luz, es que no producen ni sombras, nos las han colocado a traición y, con el aciago cierre de tantos y tantos comercios, nos hemos quedado sin escaparates que nos alumbren en el tránsito por las aceras. Y aunque las bombillas de los semáforos resplandecen más que las farolas, no los hay cada pocos metros. Hasta la ventana despierta de un primero es mejor amiga del viandante que esas falsas luminarias; la poca claridad que dan, además, es muy golfa: molesta si las miras directamente, pero al suelo llega una luz borrosa, extenuada y enjuta.

Aunque cualquiera habrá comprobado, porque no son de ayer mismo, que el León nocturno tiene menos luces que una nevera, nos damos un paseo al caer de la tarde para comprobar si son ciertas las quejumbres de nuestro amigo. No pasa mucho tiempo y perdemos la noticia de la luz, nos vemos obligados a buscar su rastro, cuando debería ser faro y guía se convierte en ausencia que hay que perseguir, transitamos por un sueño oscuro. Hermano de la muerte consideraban los clásicos latinos al sueño. En León no es para tanto, porque es un lugar bastante seguro, pero la inquietud del paseante aumenta. La escasa iluminación, en vez de instruirnos, nos incomoda y se oculta, erigiéndose en misterio a desvelar por la mirada. Desazona en vez de salpimentar las rúas. Propone tinieblas, un reino de sombras, dejando a la ciudad sumida en las brumas de la noche, a la merced de cualquier pesadilla. Uno piensa en agua turbia, ojos vendados, estar en guardia.

La ciega noche es más noche a cuatro pasos de un claro de led. Como este velo se lo debemos a dos alcaldes, sus grupos igual logran ponerse de acuerdo para solucionarlo inmediatamente. Si no, que dejen de hacernos luz de gas y legislen para los leoneses el privilegio medieval de ir con antorchas, como portadores olímpicos. Cualquier cosa, antes que seguir por más tiempo con esta intolerable imagen de «León, apaga y vámonos»

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