Diario de León

Antonio Manilla

León como carretera del Estado

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Sé que lo que voy a proponer no va a producir oleadas de simpatía. Incluso me duele exponerlo, personalmente, porque me consta que se está trabajando seriamente en ello e incluso algún amigo está embarcado en cierta iniciativa en ese sentido con la máxima ilusión. Aunque uno crea que sea una ilusión marchita de antemano, tiene toda mi admiración y respeto: el que siempre se debe a quienes agarran las riendas del carromato cuando el conductor ha caído, a quienes dan el máximo y hacen todo cuanto está en su mano, incluso más allá de los límites del esfuerzo profesional y personal.

Antedicho esto, mi opinión es que no es hora de luchar por el fomento de León. El momento de darle impulso a la provincia ya ha pasado o todavía no ha llegado. En cualquier caso, no es la hora, aunque a todos nos gustaría que lo fuera. En este preciso instante, basta con la conservación y mantenimiento de lo existente, como en las carreteras del Estado. Frenar el desangrado económico, demográfico y emocional: rellenar los baches y desconchones que tantos años de incuria han dejado en el firme se me antoja el primer y único paso factible hoy. De hecho, si fuera posible, yo pediría para León —ya que «zona catastrófica» es excepcional—  el estatus de «carretera del Estado». No porque seamos lugar de paso, sino porque estamos en un momento crítico en el que cesar de menguar y empeorar sería el mayor progreso, realista, al que podemos aspirar en este instante negro de nuestra historia. Parar la caída libre de León me parece que debería ser el principal objetivo de todos los políticos de esta tierra. Remontar, hoy por hoy, se me antoja más ilusorio que optimista, porque antes de medrar hay que dejar de decaer, igual que antes de ahorrar se deben abandonar los números rojos.

No son pocos los parches y reasfaltados que precisa esta provincia. Doctores tiene la Iglesia para hacer una evaluación cabal y unos planes de choque capaces de detener una sangría que pronto irá a menos porque cada vez es más débil el corazón que la bombea: cuando no haya juventud, bajarán las emigraciones de jóvenes, nadie se manifestará por las calles y sobrarán la mitad de los bares. Si la meta es un país para jubilados, la cosa está bien enfocada. Si queremos que llegue un día para el fomento, lo primero es taponar heridas.

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