Diario de León

Antonio Manilla

Leonesidad y obediencia

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Al español, nada se le da mejor que mandar. No es de ahora: ya la edad de oro del imperio romano, el momento de su mayor esplendor, estuvo acaudillada por un linaje de emperadores nacidos en Hispania. La obediencia, sobre todo cuando es debida, ya no se nos da tan bien. Para que un español emprenda una acción no hay nada mejor que exigirle exactamente la contraria. Resultamos previsibles y además somos de grandes gestos. O quemamos las naves, como Hernán Cortés, para que no haya vuelta atrás posible, o nos dejamos llevar como ovejas al redil si nos tocan la tecla precisa del alma, esa por la que parece que estamos haciendo lo contrario de lo que se nos ha ordenado. Los políticos lo saben y por eso nos manipulan con las cosas que nos dicen. Es un arte aprendido de las esposas de cualquier sexo. Basta que a usted le anime su pareja a salir con colegas para que coja palomitas y manta y se apoltrone como una lapa al costado de su amado regente a ver la liga o las telenovelas turcas.

No sabe uno si esta característica nuestra la conoce Europa. Cuando requiere a nuestro gobierno, por ejemplo, que mantenga ciertos aspectos de la ley de reforma laboral, ¿pretende en realidad que así sea o en el fondo espera que los tumbemos de un sonoro papirotazo? Ser árbitro de fútbol no es fácil ni en los tiempos del Var, así que supongo que regir un estamento plurinacional lo debe de ser aún menos. No existe una psicología de las naciones, aunque podría hacerse una tesis parcial con los chistes en los que salen un inglés, un alemán y un español. Los políticos autonómicos y los locales al menos dan buenas muestras cada día de conocer a su pueblo: han interiorizado a la perfección que crédulo y leonés son sinónimos. Cualquier promesa cae en terreno abonado en una tierra que se caracteriza por criar todo lo que nace, hasta las malas hierbas.

La leonesidad, ese endemismo de lo español, pariente próximo de la asturianía, se caracteriza por ese altruismo noblote y simplón de agricultor que saca al santo en procesión rogándole fertilidad para su tierra cada primavera igual. Nuestra obediencia es al dejar las cosas pasar y como están. Aquí, una revolución o una rebelión —aunque nada más fuera en las urnas— sería improbable aunque nos dijeran que es imposible. ¿O no?

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