Diario de León

Antonio Manilla

Ley Trans (Napoleón aparte)

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Dido y Eneas, Porgy y Bess, Rodiola y Azafrán. El asunto del género no está nada claro en cuanto nos salimos de las parejas canónicas como Tito y Tita. Lo que tiene confusa a la gente es el empleo de las palabras, que nunca es inocente cuando los conceptos no están perfectamente definidos. Tratemos de poner algo de luz. Cuando se habla de «sexo» estamos mentando algo biológico. Hay dos maneras de explicarlo y, aunque una es más fina que otra, con su base genética y todo, ambas están contrastadas para la especie humana: el masculino es el que tiene un cromosoma «y» o las gónadas por fuera. ¿«Descomplicado», no? El «género», sin embargo, es un término sintáctico y un constructo cultural bastante reciente. Viene a entronizar el «usted elige» y a decir que uno es aquello que se siente, Napoleón aparte, que en ese caso le ingresan en una habitación acolchada por muy bien que pose con la mano sobre el pecho. Más o menos.

En una sociedad libre, lo normal sería que uno pueda sentirse lo que quiera, e incluso declararlo, menos algunas cosas, como por ejemplo objetor de impuestos (ni se le ocurra intentar este experimento en la vida real, amable lector). Sobre este asunto de la identidad de género, sin embargo, siempre han existido dudas razonables y un problema que provoca sufrimiento, así que todo el tiempo que lleva en el cargo la ministra de Igualdad, una vez legislados los piropos, le ha estado dando vueltas para ver por dónde cogerlo. Si uno ha entendido el borrador, parece que se opta por algo así como la declaración de persona sin flexión de género. Algo de ingeniería picuda, me parece a mí, hay en esta no-identidad «transgénero» que supone la apoteosis de la autodeterminación, el triunfo de la cultura sobre la naturaleza, el de la voluntad sobre la biología.

La democracia debe tener siempre en cuenta a las minorías, pero la sensación que a veces da esta administración no es que también gobierne para las minorías, sino que lo hace para la excepción que confirma la regla. Imagínense a la Real Academia de la Lengua ocupándose durante un año de las palabras epicenas, como artista o amante o genio, que pueden ser tanto masculinas como femeninas. Es decir, que no se dice nunca, aunque puede que lo escuche por la tele, «artisto» o «genia».

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