Diario de León

Antonio Manilla

Llorar hacia dentro

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Pían los pajaritos y plañen los bebés: la inconsciente sabiduría de los cachorros les dice que el que no llora no mama. Lo sabía Supergarcía y lo saben la mayoría de las autonomías adultas: hay que quejarse bien alto para chupar de la teta del Estado. No se les tiene en cuenta al silencioso ni al templado la cortesía en la defensa de sus derechos. Hay que hacer ruido. Patalear incluso. Solo así se consigue la atención del presupuesto del Estado, en vez de vacuas promesas de futuro, esa palabrería que aquí ya comienza a conocerse por el apellido de un diputado en Cortes. León resulta plañidera barra adentro, pero en la calle calla estrepitosamente. Me parece que no es cuestión de sindicatos, sino de carácter y temperamento. Tú le dices a un asturiano que no tiene güitos para trepar a un pino y te responde «sujétame el cubata mientras voy»; ese mismo reto se lo planteas a un leonés y te contesta: «tú tampoco». Alguno hasta propone un brindis por ello.

Lo estamos viendo en San Andrés del Rabanedo, donde Adif se escaquea de hacer el necesario soterramiento del tren para que el Ave salga hacia las provincias más al norte. Asturias y Galicia aprietan y aquí la alcaldesa ha puesto toda la carne en el asador: «si alguien consigue que se haga el soterramiento, dimito». No se entiende bien si es una amenaza o un refunfuño, pero no parece que el argumento tenga ni la mitad de fuerza que un «por aquí no pasa ni Dios» o, si se quiere, un mucho más correctamente político «por encima de mi cadáver». No sé yo si es que nos puede la educación o esa pasividad que parece estar interiorizada en nuestro ánimo, pero no es ni mucho menos el único ejemplo que podríamos traer a colación para ilustrar este darse por vencidos sin plantear batalla en frentes más altos.

Lavamos los trapos sucios en casa y lloramos hacia dentro. Las mil quejas enquistadas han hecho callo y de los nuevos agravios —como si fuera la paella de los domingos en casa de la abuela— nos lo comemos todo. Sin dejar nada en el plato. Que nuestros políticos luego nos administran el bicarbonato lírico de unas cuantas promesas más para aliviar el empacho es muy cierto, pero somos todos y cada uno de nosotros los que abrimos la boca. Una vez y otra y otra.

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