Diario de León

Antonio Manilla

La mejor edad es estar vivo

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Hay un periodo terrible en la vida, un escalón de la edad en que las personas se sienten muertas en vida socialmente, algo que algunos tratan de paliar —sin demasiado éxito más allá de hacer bulto— convirtiéndose en público de cualquier acto que se convoque, aunque sean las Cabezadas. Son unos veinte años terribles en que desaparecemos socialmente del mapa: ni nos invitan a bodas ni nuestra generación se ha entregado sin oponer resistencia aún en brazos de la muerte, así que funerales también los justos. Se sabe que se habita ese terrible periodo cuando llegamos a ese umbral de gravedad que es empezar a echar de menos los trajes y corbatas, las pamelas y los guantes de puntilla. Las fiestas de guardar, como son para todos, no atenúan el aislamiento de estos enfermos, que, en el pico de su mal, se lanzan a conmemorar divorcios y reuniones de exalumnos para volver a acercarse a sus antiguas amistades. Hasta que hijos, sobrinos y demás familia acudan al rescate atendiendo a la irrefrenable llamada del deseo de cambiar de estado civil, se pasa algo mal.

Pero, como ocurre siempre, si algo tiene la posibilidad de empeorar con el tiempo, más temprano que tarde lo hace. Llegando a cierta edad, la mayoría comienza a padecer cierta comezón preocupante por las cosas corrientes, mismamente cambiar una bombilla. Le da por pensar en la obsolescencia programada —la suya, la de su caudal genético— y en si esa bombilla que enroscamos con cuidado nos sobrevivirá. En quién enterrará a quién: uno a la batería nueva del coche o la puñetera batería a nosotros. Todo adquiere una música de réquiem a partir de ese momento, como de última vez que lo hacemos, y los trajes se aborrecen porque se los empieza a contemplar como mortajas y a nadie le apetece estrenar antes de ocasión su último sudario, por si se mancha. Uno ha llegado a pensar incluso que la lentitud de la vejez proviene menos del deterioro muscular que del intento de alargar la vida estirando el momento.

Con todo, pese a las crueldades y las desventajas de los años, si uno está vivo procede que celebre a cada instante como es debido el tesoro de la existencia. Habrá etapas mejores y peores, baches y cumbres, simas y cimas, pero el mejor momento de la vida siempre es el que se está viviendo, la mejor edad es estar vivo.

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