Diario de León

Antonio Manilla

Nuevos inconformismos

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Uno comprende que ya tiene cierta edad cuando cada día descubre en sí que le han nacido nuevos inconformismos, que tiene ya casi tantos como en la adolescencia, aquel periodo de tránsito entre lo que aún no se era y lo que nunca se llegaría a ser.

Como las alergias, que llegan súbitamente, los inconformismos lo hacen de forma también inesperada. Se levanta uno como cualquier otro día, se desayuna, pone la radio o lee el periódico y, de pronto, ante una noticia que en cualquier situación nos resultaría inane, siente cómo va creciendo en su interior una oposición, pero una oposición feroz e irracional, porque en el fondo el asunto ni le va ni le viene, le resulta tan ajeno como por ejemplo un libro que jamás va a leer.

Luego suele suceder que uno se echa a la calle de esta normalidad impostada con la buena nueva y va comprobando, comentándolo aquí y allá, que está más bien solo en su irreductible postura. A la mayoría de conocidos y amigos aquello no les parece demasiado relevante, incluso lo miran a uno como si fuera un extraterrestre que hubiera comenzado su decadencia por los cuernos. Siente entonces, en ese preciso instante, cómo se retuerce la tiranía de la mayoría en su corazón bajo la forma de una pregunta que es la primera semilla de duda: «¿Estaré equivocado?». Pero rápido, inasequible al desaliento, se sobrepone y autoafirma uno: «Quía, lo que ocurre es que soy una minoría».

Y ahí está, como una mala hierba que convendría arrancar de cuajo, el problema. Porque el sentirse minoría está muy bien visto y viste bastante, es una postura merecedora de todos los respetos. Pero también ocurre que abundando en ese espejismo se puede entrar en una espiral de autocomplacencia y originalidad que no ayuda nada, porque los días comienzan a amanecerse plagados de desacuerdos, antipatías y hasta aversiones gratuitas a sucesos, iniciativas y personas que en realidad no te importan una higa. Porque lo minoritario es muy reparador, vuelve uno a verse joven y abierto a nuevos aires e ideas, como un adolescente casi… Y no. Es otra cosa.

El corazón rebelde de aquella primera edad no se reedita jamás. Tampoco su incomprendida soledad, por fortuna, vuelve a nosotros. Narciso no resucita, pese a nuestros crecientes inconformismos, por más que padezcamos temporalmente algunos de sus síntomas.

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